lunes, 26 de mayo de 2014

Capítulo X

Mis días en Auckland se caracterizaron por muchas buenas energías, contrario a lo que yo temía. Pasé los días en la casa que esta alquilando mi -única- amiga Ce con otro chico argentino. Desayunamos juntas, salimos de compras, decoramos su habitación, miramos películas, cantamos y bailamos. Sí, super cool para una nena de 9 años, no para una de 21, ya sé. La cuestión es que disfruté como hace mucho no hacía la compañía de una verdadera amiga. 

A pesar de que me encontraba allá y disfrutando mucho de mi estadía, una fuerte ansiedad que veía plasmada en la cantidad de comida que comí durante esos días me carcomía por dentro. No tenía idea acerca de a dónde me iba a dirigir. Mis opciones iban desde irme al sur, al norte o al centro de la isla; irme con el chileno o no; ir a trabajar o hacer voluntariado, etc. La variedad de opciones puede, o bien hacerte sentir alagada porque "¡Wow!¡El destino pone a mi disposición un montón de caminos!" o hacerte sentir más perdida que nunca. En mi caso en particular aquella  variedad de opciones no plasmaba más que el hecho de que NO TENÍA LA MÁS MÍNIMA IDEA DE QUE HACER DE MI FUTURO.

Ahora que lo pienso es como cuando tenes mucha ropa y no sabes que ponerte. Bueno, acá eso ya no me pasa, pero lo recuerdo.

 Decidí hablar con cada uno de los argentinos que conozco ya que cada uno de ellos estaban viviendo en distintas partes del país. En cuestión de minutos cada uno de ellos me envió un reporte acerca de la situación laboral de sus paraderos y, sin querer seguir dándole más vueltas al tema, compré un ticket para Hastings.  Después de 8 horas de viaje me encontraría allá con I, un chico que conocí un día de verano.


Hastings me sentó muy bien durante toda la estadía. Sí, es un pueblito y mis posibilidades de trabajo eran bastante cortas debido a que "oops! se terminaron tooodas las temporadas de picking de frutas". De todos modos, lo placentero de mi estadía recaía en la compañía. El hostel era todo lo que no hubiera imaginado. Para explicarlo de algún modo simple, era un terreno de tamaño bastante considerable donde se ubicaban cuatro pequeñas casas, cada una con su cocina, sus decenas de sillones ubicados al aire libre y su mini-biblioteca.

 En la casa donde yo dormía dominaban los franceses, razones por las cuales sólo iba a cocinar y a dormir. En la casa "latina" o mejor dicho, poblada por argentinos, el aire era distinto. Estar sentada en una silla al sol afuera de la casa escuchando música ya era una actividad. En esos días en Hastings reconocí la importancia de la compañía. Podría llamarlo, por qué no, una especie de revelación que corroboraba lo que venía a buscar: algo que corte mi solitario viaje. Aprendí durante esos días que se puede estar rodeado de gente y a su vez disfrutar de la soledad cuando así se quiere. Así de a ratos me quedaba al sol leyendo, tomando mate, pintándome las uñas o, por qué no, escribiendo acerca del pasar de mis días. 

***

Me fui a refugiar del frío a la cocina luego de una fogata entre argentinos-yanquis y franceses. Necesitaba urgentemente un té ante-frío y algo dulce. Lo dulce brillaba por su ausencia entre mis alimentos por lo cual me decidí por buscar en la heladera. De verdad, no creo que sea mi culpa que las francesas hallan estado todo el día cocinando pancakes, pies y pan de mil tipos distintos. A cualquiera le generaría un enorme deseo de probar algo de todo eso.  Encontré en un tupper pancakes con chocolate. Sin que mis manos los tocaran se dirigieron al microondas. 30 segundos. Voilá! Excelente e inesperada compañía para mi té. 


***

Era Domingo y a pesar de que pasar el día entero en el hostel no me disgustaba del todo, sabía que al final del día me iba a amargar sola por no haber gastado al menos un poco de energía. Una de las chicas argentinas me había dicho que había una bicicleta que podía usar, aproveche que sólo quedaba algo así como una hora más de sol, se la pedí y me largue por las rurales calles del pueblo. Habrán pasado, quién sabe, unos veinte minutos, que de repente escucho a un hombre hablándome desde el auto que estaba paralelo a mi y a mi bicicleta-prestada. No había manera de a. manejar y escucharlo b. no chocar c. entender lo que me decía con su maldito acento. Por suerte se decidió a parar y, rogando no caerme de la bicicleta cuando lo intente, me baje y me acerqué a la ventanilla. En el mejor papel de bebota inocente le contesté que no sabía nada acerca del uso obligatorio de cascos. 

Sí, hay dones que tenemos las mujeres que nos sirven, por ejemplo, para evitar multas bizarras de este tipo. 

***

Ya durante mis primeros días en Hastings comenzamos a hablar acerca de los futuros planes: irnos al sur esa misma semana. A pesar de que esto hizo que toda mi búsqueda laboral online en Hastings se echara a perder y yo malgastara un enorme esfuerzo físico en ello, me sentí orgullosa cuando recibí dos llamados para un puesto en un restaurante y los tuve que rechazar debido a mi huida. 


***

"Aggrr, detesto salir de la ducha en invierno". Eso pensaba mientras intentaba ser ultra-veloz secando mi cuerpo. Me pregunto con quién debería hablar para sacar de mi rutina diaria ese instante en que pasas de agua-hirviendo a la crueldad-del-frío. ¿Dios, Alá, Cailleach Béirre? 

 Después de dos días de sentirme completamente zaparrastrosa -pero feliz-, le estaba dando la bienvenida a una nueva etapa dándome una ducha post-viaje. Llegamos, después de dos días de viaje y no esperados obstáculos y arrastrando los pies del cansancio, a la querida ciudad de Christchurch.

Era un martes a las 7 am que nos estábamos despertando con mi amigo argentino "I" para emprender nuestro viaje a Christchurch. I le había hecho algunos arreglos al auto durante la semana así que a pesar de que su aspecto no inspiraba mucha confianza, depositamos toda la energía en pensar que nos ayudaría a llegar hacia la otra parte de la isla. 
I me había dicho que no me preocupara por tener mucho equipaje porque claro, siendo dos en el auto, teníamos espacio de sobra. Cargamos mis mochilas, almohadas, mantitas-robadas-del-hostel, una bolsa de manzanas y mandarinas (bueno, sí, robadas del hostel también) y partimos dejando atrás ese encantador hostel con aires de hogar.

Mi estado, siendo responsable del "acompañante de quien maneja", era desastroso. La noche anterior me había decidido por comprar marihuana porque me había parecido copado estar re-fumada durante todo el viaje, quién sabe por qué, ¿no? La cuestión es que compré pensando que iba a ser poco y resultó ser un montón. Un montón digamos porque pensaba terminarlo antes de tomar el ferry (sí, porque quizás soy un poco perseguida y no querría que me revisen). Así que fumar mucho y acostarme tarde, en resumen, habían hecho que mi estado aquel día fuese un tanto deplorable. 

Pocos kilómetros habíamos hecho cuando, mientras escuchábamos Las Pastillas del Abuelo, yo abrí la ventana en busca de un poco de aire y sentimos un extraño olor a quemado. I se bajo del auto a chequear y el olor no hacía más que empeorar. Los dos sin-entender-nada-sobre-autos decidimos seguir viaje hasta que, pocos kilómetros después, no tendríamos opción acerca de "seguir o no viaje". 

Aparcamos nuevamente el coche y cuando I se dirigió a la parte trasera del auto no vio más que una encantadora llama brotando desde abajo del auto. Me alarmé cuando me saco mi botellita de agua para intentar apagarlo y me baje rápidamente del auto sin siquiera preguntarle algo. I empezó desesperado a sacar del auto todo el equipaje y me alarmé así como un poco más. Pararon algunos coches a ver si nos podían ayudar de algún modo y uno de ellos nos ayudo llamando a los bomberos. 

Seis minutos más tardes cinco kiwis bomberos -que estaban en su mayoría muy ricos-, se bajaron del camión e hicieron algo sin mucha ciencia: tirar agua con la manguera. 

Digamos...entréguenme la manguera y manguereo yo.

El auto no tenía mucha solución. Es raro pensar que un auto nacido en el mismo año que yo (entiéndase: era un modelo 92) estaba muriendo en ese instante. Uno de los oficiales se decidió por llevarnos al pueblo más cercano; nos deshicimos de las mantas-robadas-del-hostel, de un par de zapatillas de I, las almohadas y algunos paquetes de fideos que rondaban por ahí. 

El pueblo al que llegamos tenía la particularidad de que era la ciudad con el nombre más largo del mundo. Claro que está en lenguaje Maori y es hasta imposible de leer si quisiera.

 Muy, muy largo, no es chiste. 

En el centro de información nos ayudaron a cambiar la fecha del ferry para el día siguiente ya que estaba claro que mágicamente y en tres horas no llegaríamos a tomarlo. Pese a que la mujer intento persuadirnos para tomar un bus ya que era el modo más seguro, también nos regaló un cartón blanco lo suficientemente grande como para escribir "Wellington" y que los simpáticos conductores leyeran nuestro próximo destino y se apiadasen de nosotros en en medio de la ruta. 

Nuestro viaje estuvo repartido en tres diferentes autos. Todos ellos eran kiwis, dos hombres y una mujer. Los paisajes que ví durante ese viaje no tienen explicación alguna. Increíblemente increíbles. Los conductores, bueno, bien, me toco dos veces sentarme en el asiento de adelante hasta que me cansé de charlar y lo mandé a I a conversar con el último conductor que nos llevó. 

Wellington es conocida como la ciudad del viento y no, no se equivocaron al otorgarle aquel apodo. Caminando con viento en contra y con los cientos de bolsos y bolsitos colgando desde nuestro cuerpo, llegamos a un hostel no muy caro que estaba justo al frente de la estación de ferries.

Ya en el hostel y con toda la habitación de seis personas para nosotros solos, decidí por alguna razón que desconozco darle unos besos y hasta permitirle estar acostado al lado mío por un rato. Claro que me acariciaba demasiado y no me dejaba dormir, por esa razón fue sólo por un ratito. 

Nos quedamos durmiendo sin siquiera cenar. Me hace sentir bastante mal que un chico le preste menos atención a la comida que yo. Según I, nunca siente hambre y sólo come si hay comida. Yo...soy una gorda ansiosa que le está entrando duro a los chips y al chocolate desde que comenzó a viajar. 

Después de un viaje en ferry matutino y de haber encontrado una gran oferta de bus para llegar hasta Christchurch, festejamos no tener que hacer dedo otra vez y emprendimos viaje. Lo bueno de viajar por ruta en Nueva Zelanda es que los paisajes nunca te van a decepcionar. Cada una de las montañas es más verde que la anterior. 

Para nuestros primeros días en Christchurch había arreglado con unos kiwis para que nos alojasen. Sí, soy miembro premium de Couchsurfing. Si no conoces la página, hacelo: nunca más vas a pagar por un hostel si no queres hacerlo. 
Uno de los kiwis es un adicto a la TV, ex roquero drogadicto que se tira eructos a cada rato pero muy servicial. El otro tiene un tupper con bolsitas de distintos tipos de marihuana, no trabaja y gusta de boludear a la gente con chistes muy divertidos. 

La segunda noche en la casa estaba anunciado que íbamos a tomar mucho, mucho alcohol. Claro que la cantidad de alcohol que soportan los kiwis es muy distinta de la que soporto yo. Fumé demasiado como siempre y termine con la cara pálida, los labios morados y el flequillo de loca mirándome fija en el espejo de la habitación. 

Después de eso, me puse mi nuevo pijama con estampado de vaca y perdí diez minutos de mi vida intentando subir a una cucheta. Nunca descubrí si es que realmente estaba muy alta para subir o si yo estaba muy fumada como para hacerlo. Al día siguiente le pedí a I dormir en la cama de abajo para evitar otra situación humillante de ese tipo. 

***

Fumando un cigarrillo en el patio uno de nuestros hostess me dijo que nos tendríamos que ir al día siguiente porque venían los hijos del otro a pasar el fin de semana. Pensé que lo iba a solucionar rápido mandando alguna que otra solicitud en la página pero no fue así. 

Era nuestra última noche en esa casa y estábamos bastante aburridos. Habíamos cenado en horario kiwi (entiéndase 7 pm) y nuestros hostess se entretenían mirando uno de sus tantos programas favoritos en la TV. No se si lo habré dicho ya antes, pero algo tiene que quedar claro acerca de mí: odio la TV. 

Dejando de lado los argumentos de por qué odio la TV para algún otro momento, volvemos a aquella noche. Decidí ponerme el pijama y acostarme a leer a pesar de que el libro que estaba captando mi atención en esos momentos no lo hacía en demasía; era un cliché más de la literatura. Así y todo, me vestí de vaca y me acosté a leer. I se apareció en el cuarto inquieto y, como imaginaba que si no le daba algo para hacer me iba a desconcentrar, decidí ofrecerle de leer la primera parte de esto mismo que estoy escribiendo.

I se acostó al lado mío y se dispuso a leer lo que seguramente muchos llamarían: "el umbral al infierno femenino". Al leer ciertos párrafos relacionados con el ex o con mi denigrante punto de vista acerca de los hombres, me agarraba de los hombros y me sacudía simulando ahorcarme. Sí, sabía que de algún modo se asustaría. No había manera de que no lo haga; incluso yo me asusto al leerme. Incluso a mí me asusta descifrar lo indescifrable. 

Cuando termino de leerlo me hizo alguna que otra pregunta acerca del contenido. Preguntas que lo único que hacían era ratificar que había sido una pésima basura con los hombres durante casi toda mi vida. 

Esa noche I me hacia cosquillas, me abrazaba, me apretujaba y me acariciaba sosteniendo como explicación que "yo era linda y que el quería estar con una chica linda". 

Congrats! Jamás escuché un argumento tan pobre y chiquilín como ese. I mean..Heeeelllo!!!!

Después de que por lo visto lo traté de alguna manera muy agresiva o violenta -digamos que no lo recuerdo-, I se fue a la cama de arriba. A los pocos minutos y ya con la luz apagada disponiéndonos a dormir, me dijo que al día siguiente, cuando tengamos que dejar la casa, se iría con unos chicos de Uruguay que conocía al hostel donde ellos se estaban quedando. Un "bueno" cortante y frío salió de entre mis labios y no dije nada más. Esa noche dormí con un dolor en el pecho, producto, seguramente, de un mix de sentimientos relacionados con la bronca, la lástima y el dolor. 

Claro está que los sentimientos que me invadieron también a la mañana siguiente se justificaban principalmente en el hecho de que sabía que jugar con él era como jugar con un títere. Fácil. No tenía intenciones de jugar con la única persona que había estado conmigo los últimos días pero, por lo visto, así lo hice. 

I no me genera ni un 0.02% de calentura. Los hombres se clasifican, para mí, de la siguiente manera: a. te generan ternura, les darías un abrazo; b. te provocan calentura, les das; c. ninguna de las dos, fracasados. A I lo hubiera llenado de abrazos, pero nada más. 

La cuestión es que aquel sábado en que nos despertamos sabiendo que nos separaríamos nos dimos cuenta que el hecho de que yo lo veía como un hermano menor mientras que él lo hacía con "la de abajo" no iba a funcionar. Ojo, para mí hubiera funcionado; para él no. Después de que salio a caminar mientras yo desayunaba me confesó que después de leer Primeras Entregas sabía que gustar de mí no era una opción recomendable...

Sí, pese a que I tiene alma de adolescente todavía, admiro su capacidad para decir "NO al masoquismo"

La cuestión de a-dónde-iba-a-ir también me preocupaba. Había enviado una solicitud a un hostel que parecía bastante bonito para quedarme, al menos, durante el fin de semana. Luego de esperar durante algunas horas que algún hostess de couchsurfing me contestara, no me quedó más opción que tomar una decisión y sí: invertir algo de dinero en una habitación.

 Cargamos todas las mochilas al auto y nuestro hostess nos llevo a nuestros respectivos futuros alojamientos. Cuando I se bajo del auto sentí un sabor amargo en las palabras. Un sabor que se vio aún más empeorado cuando fue mi turno de bajar del auto y dirigirme a mi hostel.



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