martes, 20 de mayo de 2014

Capitulo VII


Hace unas semanas mi hermana vino a visitarme como suele hacer una vez por mes. Esta vez no le pedí que me trajera ropa, cigarrillos o comida, sino que le pedí que me traiga un libro. “Tengo abstinencia de leer”, le dije. Cuando llegó me entrego en manos una novela de tamaño considerable a la cual “debía tenerle paciencia ya que al autor le gustaba jugar con un español verdaderamente complejo y ocasionalmente sofocante”, según sus palabras. Supuse que eso haría que la abandone luego de la primera lectura ya que me había convertido en una persona sumamente ansiosa y carente de paciencia para la lectura de ese tipo de libros. Sin embargo, de algún modo que sólo el libro conoce, me atrajo de tal forma que no había manera de que lo abandone por otros planes. Leer antes y después de trabajar era todo lo que quería. 


“La sombra del viento” era la realidad en la que vivía. 


***

Me estaba ahogando en el libro. Era tal la sensación que sentía la enorme necesidad de buscar al protagonista de aquella novela en mi realidad. Sentía, de algun modo, que debía conocerlo; debía hacerlo pero no en un mundo de hojas de papel y letras grabadas en ellas. Julian Carax estaba rondando por aquella misma ciudad.

En el hostel había un hombre que parecía bastante loco. Siempre tenía la vista perdida en quién-sabe-que. Lo encontraba en todas partes: pasillos, comedor, cocina, recepción. Era esa clase de persona que me transmite algo negativo, algo que no quiero. Era esa clase de persona que prefería no cruzarme.

Cuando abandoné el hostel lo seguí encontrando en todas partes. Yendo al trabajo, al supermercado o al parque. Por alguna razón siempre intente no mirarlo a los ojos.
En ese hombre encontraba a quien personificaba al diablo en aquel libro. 


***

Estaba leyendo en el parque comiendo feijoa, faltaban 10 minutos para que tuviese que ir a trabajar. No sólo no podía despegar los ojos del libro sino que no estaba segura si mi mente era capaz de despegarse de ese mundo para volver a la realidad. Para volver al: “Hello, welcome to Giapo, feel free if you want to taste one or two flavours”. Era una relación causa-efecto: cada hoja del libro que yo giraba buscando ansiosa la continuación en la siguiente significaba una mayor adicción por mi parte por aquella historia. 
De alguna forma sentía que al terminar aquella novela descubriría algo en mi realidad que antes desconocía. Estaba completamente segura que al terminarla podría saber si en aquella historia yo sería Nuria, Penelope o Daniel en versión mujer. 


***


Siento un vacío, siento la desesperación de mis ojos buscando sus páginas y la necesidad de mis manos por sostenerlo. Siento la falta de lo que significa un libro perdido…
Ahi estaba yo, sentada en el banco de un parque a la 1 am pidiendole a mis ojos que por favor lloren. Tenía que expulsar el vacío que me carcomia por dentro.
Aquel Domingo había ido a ese parque cerca de las 2 pm con mi libro, mi pareo y mis ganas de practicar yoga. Tenía bastante tiempo para disfrutar antes de ir a trabajar así que aproveche para relajarme al máximo. 
Casi 12 horas más tarde estaba yo devuelta ahí. Sentada admirando sin respeto alguno aquel lugar que vio desaparecer de mis manos mi libro. Hacia tiempo que no producía a mi misma tanto rechazo.


 ¿Olvidarte un libro en una plaza? ¿En serio?


Una de mis flatmates había ido a chequear horas antes que yo mientras yo intentaba servir helado sin pensar tanto en el tema. Le conté a mis compañeros de trabajo lo que me habia pasado y no sirvió en absoluto de consuelo. 
Ya sabía por ella que no iba a estar ahí. Le pedí perdón cuando volví de trabajar, le expliqué que no era por un asunto de desconfianza pero que iría al parque a chequear por mi cuenta también. Necesitaba, entre toda la tristeza que me producía su ausencia, saber fehacientemente que ya no estaba más ahí, esperándome. 
Me quede un largo rato sentada en el parque. En aquel momento veía aquel sitio de paz como un cementerio. 

El Cementerio de los libros muertos.


***

Desde que estoy en Nueva Zelanda son muchos los ex-chongos o chongos fallidos que me chatean. Uno de ellos -fallido por ser demasiado bueno y dulce- siempre me envía frases o textos que lee y le hacen acordar a mí. Cuando le pregunté por qué tantas cosas le hacían acordar a mí, me contestó que en verdad toda la literatura le hacía acordar a mí. 


Digamos que, de alguna forma, para él, yo soy literatura. 


Me preguntó como andaba "mi situación" acá y le conté que cada vez que intente mostrarme como una psicópata maltrata hombres frente a alguno, ese mismo me termina diciendo que soy la mujer perfecta. Me dijo que eso no importaba porque mi "impronta arrolladora" atrae. ¿A qué quiero llegar contando esto? A algo épico. Fue en ese momento que me recordó que una noche hace ya varios meses y frente a un mensaje recibido por parte de él escrito borracho, le contesté: ¿Por qué no evitas la caída libre de tu dignidad? Ay, sí, ¡qué hiriente pero imaginativa que soy! La cuestión es que meses después admitió que eso fue lo más doloroso que le dijeron en toda su vida pero que así y todo, soy atractiva.

***


Tres días off consecutivos no resultan sanos cuando estás en una ciudad en la cual no tenes familia y, qué vamos a mentir, amigos. Sí, con una mano podría contar algunas personas con las cuales podría pasar el día, está bien. Pero, de todas formas, yo era la única con días off y el mundo seguía trabajando aunque yo no fuese parte del sistema. 
La ausencia de mi libro se estaba haciendo sentir más que nunca. No había razones para ir al parque sino era en su compañía. Las bicicletas que usualmente rentaba para salir a despejarme no estaban disponibles a causa de un evento. Decidí entrar al sitio web de la biblioteca y me sorprendí al leer que tenían disponible la novela. No sería la misma, no sería aquel amigo que tanto estaba extrañando, no; pero, al menos, satisfaría mi enorme deseo por descubrir aquel ansiado final. 

Mi roomate me prestó su credencial de la biblioteca. Caminaba esperanzada hasta el lugar pero no contenta,  no hasta no tenerlo en mis manos nuevamente. En el camino un hombre me preguntó de dónde era. Le dije que adivinara y me contestó que no tenía tiempo porque tenía que cerrar su oficina que, oh casualidad, estaba ubicada en el edificio de enfrente de donde estábamos hablando. Al responderle de dónde era me comentó que necesitaban urgentemente alguien que hable “sudamericano” –según sus palabras- para unos asuntos administrativos de la empresa. Le agradecí pero le comenté que dejaría Auckland en los próximos días porque me había cansado. Le resultó extraño escuchar que alguien se pueda llegar a cansar de Auckland y me invitó a entrar a ver la oficina. Fiel a mi “¿Por qué no?”, apagué el cigarrillo y entramos. La oficina tenía una vista estupenda y el salario del que me hablaba casi triplicaba lo que actualmente ganaba en la heladería. De todos modos, no me demostré interesada ante la cifra y mucho menos ante el ofrecimiento de una posible residencia –meta a la cual la mayoría aspira-. Parecí sorprenderlo bastante y le propuse ayudarlo encontrando alguna otra persona que hable “sudamericano”. Pese que a sí, podría haber sido un intento de violación, secuestro o rapto, no lo fue y acá estoy para contarlo. 

Una vez en la biblioteca pregunté por la sección de libros en español. Me indicaron que frente a la pared roja estaban todos los diferentes idiomas y que podía consultar allí. Mi mirada buscó por aproximadamente unos diez minutos…La sombra del viento…la sombra del viento…y no estaba ahí. Leí las contratapas de algunos otros títulos y, pese a mi rechazo hacia las novelas de gran popularidad mundial, decidí tomar uno de reciente renombre: Cincuenta sombras de Grey. No, no lo tomé por el simple hecho de saber que sería de fácil lectura (ya que si no fuese así, millones de personas no lo hubieran leído); sino porque sabía por anticipado su explícito contenido sexual y me pareció algo interesante. Interesante teniendo en cuenta los bajos niveles de líbido que estaba experimentando últimamente. 

Antes de retirarme con el libro bajo el brazo consulté con el bibliotecario y, después de chequear en su sistema, me comentó que La sombra del viento me estaba esperando en la biblioteca de Ponsonby. Saber que estaba ahí me dio tranquilidad. El final y la verdad sobre Julian Carax llegarían a mí finalmente. 

Compré un chocolate y fui caminando hasta el parque. El chocolate no era más que porque mi período estaba a punto de llegar y algo dulce es absolutamente obligatorio en esos casos. En verdad el chocolate es aceptable tanto para días previos, período-días y días posteriores al mismo. 

Me senté a comenzar a leer el nuevo libro hasta que llegando a la página 33 levanté la mirada y ví dos policías acercándose a mí. Les pregunté con un tono algo burlón y soberbio si podía estar leyendo ahí. (No, Jota, no estás en ninguna dictadura cultural; claro que podes leer ahí). Me afirmaron que sí, desde luego que podía pero que no era la opción más segura. Con mi mejor cara de inocente simule ser desconocedora de aquel hecho y les dije que ya me iría. Me preguntaron de dónde era y les respondí: “Im from Argentina so no worries…I know a lot about dangerous places”.

Levante mi saco del piso, sacudí las hojas que se habían pegado a él y comencé a caminar a casa con la noche ya a cuestas y cientos de hojas esperando por ser devoradas por mis ojos.
Después de leer sin pausas unas dos horas levanté mi querido cuerpo del sillón y me decidí por cocinar algo. Sinceramente no entiendo por qué estando en Auckland cocino y como sin hambre, siendo que en mi ciudad jamás se me hubiera cruzado comer sin tener hambre, sin que el estómago me cruja y me indique que tengo que comer. Después de todo, creo yo, así es como estaba engordando mis kilitos estando acá. Cociné unas papas al horno y un wok de verduras. El calor que emergía del horno no hizo más que obligarme a destapar una rica cerveza fría de la heladera. Ahí fue cuando pensé que realmente podría ser perfecta para casi la mayor parte de los hombres. Apasionada de la cocina, riéndome de mi misma acerca de mi cara post-cortar cebolla, tomando una cerveza del pico y cantando suavemente Carla Morrison.

Sí, sigo buscando mi humildad. Si alguien la encuentra…


Después de cenar, claro, como todos los días, salí a fumar. La carencia de balcón en este departamento me agobia siendo que me demoro unos 5 minutos más en subir y bajar por ascensor desde el piso 10 y ni hablar si pretendo arreglar mi imagen personal para salir a la vereda. Esta vez mucho no lo dude: no lo pensaba hacer. Con un pañuelo amarillo atado en la cabeza con un moño mal-hecho al costado izquierdo, unos shorts pijama y medias blancas salí a la vereda. Mi cara todavía se veía graciosa por cortar cebolla, creo que hasta parecía que había llorado por horas. El acto de pensar en el verbo llorar me trasladó a una canción que comencé a canturrear en voz baja y la canción me traslado a aquella noche en que la nube de el ex desapareció frente a sus consecutivos puñales y frente a la puerta de mi edificio que se cerró tras él. 

 Recordé cuantas lágrimas derramé sobre la alfombra de mi living cuando volví a subir después de abrirle. Recordé el dolor que sentía mientras hablaba por teléfono con L, mi mejor amiga…"Es como si un castillo que con tantas ansias y esmero construiste mentalmente durante años se derrumbara, no podes entender lo que es…Siento como se está derrumbando en este mismo momento”.

Preferí dar por cerrado aquel recuerdo como si fuese simple, como si fuese una puerta que uno en un instante abre por casualidad y luego decide cerrarla. Me acordé de el ex y me pregunté nuevamente como estaría. Me negué a mí misma pensar en él y me recordé que no era la persona que conocía.

 Al subir, después de terminar lo que sería mí último cigarrillo del día, me tocó compartir el ascensor con un chico que, para mi sorpresa, me miraba. Lo sorprendí mirando el pañuelo atado a mi pelo y le pregunté si parecía una loca. Me dijo que no y me señalo “algo blanco” que tenía en el cachete, momento en que recordé que tenía la cara llena de crema para granos. Por alguna razón extraña que desconozco –e incluso podría creer que él mismo desconoce-, me dijo que parecía una actriz. Realmente no sé qué tipo de película de bajo presupuesto suele ver este chico. Le pregunté si había visto Bridget Jones y, ante su negativa, le aconseje verla y le dije que se iba a acordar de mi aspecto al verla. Resulto ser de Brasil así que entre buenas noches y boa noite, bajo en su piso para yo continuar al mío.

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