martes, 20 de mayo de 2014

Capitulo IV


Mi Sr. Padre me invitó a una reunión que hacían en homenaje a los buzos tácticos de la Guerra de Malvinas. Sí, fue a Malvinas. Sí, tuve una infancia difícil. Sí, comencé a tener un padre hace unos 2 años.

La reunión consistía en una media hora de ceremonia formal en la cual los buzos tácticos actuales estaban todos uniformaditos, parados derechos uno junto al otro separándose por la misma distancia. Algo de todo eso me hacía sentir obligada a estar también parada derecha sosteniendo las manos juntas en la espalda, cosas de protocolo supongo. De todas formas me fue imposible porque el viento me despeinaba el flequillo y no me dejaba ver (siempre envidie a las chicas que pueden estar con el pelo suelto sin pasar papelones).

Después de la ceremonia comenzó la parte interesante e inesperada. Empanadas, pizzas, vino, champagne y cerveza tirada. Llegamos al quincho donde todo esto se llevaba a cabo y el Sr. Padre preguntó si había algo que yo (la hija especial vegetariana) pudiera comer. Uno de los uniformaditos me miró y me hablo. 

-¿Sos vegetariana o vegana?
-…vegetariana. Qué raro que alguien sepa la diferencia. 

Ese simple diálogo conllevó a que pasara unas cuatro horas charlando con él. A estaba con dos nenes, sus hijos. Una chica de doce años y un nene de ocho. El nene era colorado y me inspiraba un extraño cariño teniendo en cuenta que el asunto “niños” nunca me generó mucha ternura. 

A es pelado. Los pelados, al igual que los niños, nunca me gustaron. En verdad, para ser más específica, siempre me produjeron un mezcla de miedo y rechazo. 

Con A hablamos mucho acerca de lo increíblemente común que resulta que la gente, incluso aquellos que te quieren, te tire los planes abajo. Le conté algunos de mis cuasi-fracasos y le hablé sobre mi tendencia de transformar esa negatividad en un incentivo para auto-desafiarme. Me dijo que sería un excelente speech para una entrevista laboral y, ahora que lo pienso, tiene mucha razón.

Discriminar nunca me resultó una costumbre pero lamentablemente existen situaciones en las que es imposible no percibir que hay algo que no está armonizando con el resto. En este lugar yo era precisamente lo que no estaba armonizando. Sin dar tantas vueltas y sin intentar no ser ofensiva, era la única rubia (desgastada) y el único material femenino que podía ser considerado lindo en ese lugar. 

El resto de los uniformaditos miraba a A con suma envidia. Tanta pero tanta que mientras hablaba con él un grupo de ellos me pidió una foto. 

Sentirme famosa por unos minutos: done. 

El encuentro estaba por terminar y si A me hubiera invitado a seguir la charla, lo hubiera hecho. Había algo en el modo de fluir de nuestras energías que me llamó enormemente la atención. Terminé haciendo pases con una pelota de rugby con él y su hijo colorado, enseñándole a su hija acerca de la no-necesidad de tener novio y…sintiéndome una madre sustituta perfecta. 

A me pidió mi teléfono y preferí sólo darle mi nombre en facebook. Hay algo en eso de dar el número de teléfono a un desconocido que siempre me aterró. Me parece de persona ansiosa con una gran tendencia a conocer a alguien y días después invitarla a cenar, andar en kayak, correr una maratón, hacer un picnic y llorar con una película de amor. 

38 años, dos hijos. Sí, con el paso de las horas lo pensé mejor. Satisfactoria la charla, mi querido A, pero…pensalo como algo que no podrá ser.

Aclaración: lo del kayak no era un chiste. Me invito a andar en kayak, sí. 

Volví a casa, todavía era temprano y todavía la noche estaba linda (o al menos eso parecía). Pensé en escribirle a el ex así que mientras me hacía una ensalada debatí conmigo misma el hecho de hacerlo o no. Ser espontánea y sincera  me parecía una buena opción: le diría que la noche estaba linda y yo no tenía ganas de estar encerrada y que podíamos hacer algo si él así lo quería. 

“Sí, le voy a escribir eso”

Prendí la computadora, me senté, abrí su ventanita, empecé a escribir, giré la mirada hacia la izquierda, hacia la ventana: se había largado a llover.

Claramente tenía que cambiar el speech con el que intentaría llamarlo hacia mí. Ser espontánea y sincera me pareció devuelta una buena opción:

“Estaba a punto de escribirte que dado que la noche estaba linda y no tenía ganas de estudiar podíamos hacer algo. La cuestión es que cuando me dispuse a escribirte mire la ventana y vi que se largo a llover. Señales, supongo.”

El ex tenía planes pero de todos modos no le parecía cómoda la idea de encontrarnos. Según sus palabras pensaba mucho en el tema pero no encontraba forma de resolverlo. Dejé salir un ejército de argumentos que contrarrestaban su decisión pero sin intenciones de convencerlo. Convencer es uno de los verbos que si pudiera lo discriminaría. No me gusta la idea de conseguir lo que quiero mediante el convencimiento. 

Entrometerme en los planes del destino tampoco me sienta muy bien. Hace no mucho tiempo que empecé a pensar de esa forma y definitivamente la recomiendo. No sólo me ahorra palabras, pensamientos y energía sino que también te despedís de los hechos forzados dándole la bienvenida a aquello-que-tenía-que-suceder. 

Mi ejército de argumentos se fue a dormir conmigo sin haber obtenido más que respuestas de no más de 7 palabras de su parte. No me sentí mal. Después de todo, aquel encuentro que tan enriquecedor me lo imaginaba, podía esperar. 

Al día siguiente el ex me había escrito temprano temprano que había estado pensando acerca del tema y que se había dado cuenta que tenía razón en muchas cosas. Me envió su celular y me dijo que le avisara cuando quiera verlo. 
Le escribí a la noche y me preguntó si quería conocer su casa. 

***

Me di cuenta que cuando camino sola por la calle bajo los efectos de lo que para mí es un hermoso recreo a la realidad, camino cómicamente. Percibo el ir y venir de los brazos como artificial y exagerado e intento disimularlo pero parece más artificial y exagerado; voy como la hermana menor del jorobado de Notre Dame, me pongo derecha y me siento una estúpida; me choco los pies; me resulta imposible caminar en forma recta y percibo más que nunca mi problema de rotación del talón izquierdo.
De todos modos, no creo  que sea para tanto porque alguien en la calle ya me hubiera parado para echarse a reír en mi cara, o al menos eso haría yo. 






No hay comentarios:

Publicar un comentario