domingo, 26 de octubre de 2014

Capítulo XVI

Si existiese algún grupo de autoayuda para la gente desempleada en esta ciudad juro que yo iría. Repartí algunos curriculums por distintas agencias manejando mi nuevo autito, el jota-car, y muchas de ellas alegaron "tener sólo trabajos para hombre". 

Perdón... no se si viste los músculos en mis brazos. Mira, por Dios.

Me sentía con un leve exceso de tiempo libre. Tanto tiempo libre era el que tenía que me hacia tratamientos en el pelo (estaba sufriendo la caída masiva de mi pelo hace unas semanas y estaba aterrada); me depilaba las cejas y me encremaba las piernas constantemente. 

¿Qué puede hacer una persona de mi tipo en esos momentos? Escribir. Hacerlo sumergiéndose en las profundidades del mar de las palabras. Escribir hasta el cansancio.

Escribir hasta convertirse en papel...

***

Acabo de leer "No te salves" de Mario Benedetti. Me acabo de enamorar; un orgasmo de sonidos y palabras.

***

Cuando escribís durante muchas horas no te queda otra opción que comenzar a pensar de forma drástica y dramática. Salí a fumar un cigarrillo al patio de la casa y de pronto pensé en escribir un papel y guardarlo. Un papel que dijera nada más y nada menos que si lo encuentran, por favor hagan libro mis palabras.

Temblé un poco al imaginar aquel momento en que alguien encontrase ese papel; temblé ante mi futura ausencia. Apagué el cigarrillo y volví a entrar. 

Ahora ya lo saben y no va a hacer falta escribir ese papel así que si el papel no existe nadie lo va a encontrar y si nadie lo encuentra yo nunca me voy a ir.



***


Ahí estaba yo desnuda sobre su cama. El estaba arriba mío y negó mi ofrecimiento de cambiar de posición. Las cosas no comenzaron a andar bien desde ese momento, a ver: ¿qué hombre se niega a que la mujer este arriba?. Claramente el por qué yo realmente quería ir arriba no radicaba en no hacerlo trabajar tanto ni nada parecido, sino porque es mi lugar.

 Necesito dominar la situación,¡a ver! ¿Es que todavía no te diste cuenta?

Después de varios (hágase hincapié en "varios") minutos de sexo-casi-divertido G se acostó al lado mío.

 Lo había pasado a buscar temprano en el auto para ir a un parque. En verdad iba a ir a tomar mates con una chica y como me di cuenta que no tenía su número para mandarle un mensaje, le mande a G. 

El hecho de que yo había sido quien cruzo el río para encontrarnos la última vez que lo había visto resonaba en mi mente. No quería ser yo quien lo cruzara otra vez. No lo quería pero su posición sedentaria ante la posibilidad de que él cruce a mi lado del río me desesperaba. Me enervaba hasta niveles inimaginales así que corría su lado del río, le pegaba y volvía corriendo al mío.

Eso es metaforizando lo del río, claro, ¿no?

G me comenzó a "regañar" por no tener trabajo, ni casa ni querer trabajar en un puesto que el me ofrecía. El puesto no era nada más y nada menos que "meterse" abajo de casas en un espacio mínimo para remover una arenilla producida por el terremoto.

No way.

La mirada de G es como un espejo tapado con una lona. No puedo ver nada a través de sus ojos. Sus ojos, más bien, no transmiten nada. 

Le dije indirectamente y no-en serio que debería anotarme en algún curso para leer las miradas y, de pronto, me comenzó a regañar nuevamente. G me decía que no había forma de leer la mirada solamente porque formaba parte de un todo; que sí uno aprendía a leer la mirada tenía que aprender a leer las manos, la boca, las piernas y los dedos. Hablo por casi 5 minutos sin parar exponiendo sus diferentes argumentos. Lo miré fijo durante todo su monólogo hasta que finalmente paró. Le dije con mucha calma y paciencia que a mi me interesaba estudiar simple y únicamente los ojos porque a través de la mirada se puede ver hacia más adentro. 

¿Y por qué no podía ver adentro de él? Me pregunto si acaso se ocupaba muy bien de ocultarlo o más bien...no había nada que ver.

Cerramos aquel tópico y creo recordar haber peleado una o dos veces más. Cada tema de conversación que nos oponía en dos extremos opuestos se sumaba a mi lista mental de "cosas que no comparto con G". Y sí, iba ya juntando muchos realmente pero así y todo, la adrenalina y la tensión que presenta una pelea con un hombre tienen algo que me atrae infinitamente. 

Volvimos al auto y manejé hasta su casa. Entre para ir al baño y finalmente me quede algunas horas. Nos sentamos en un sillón del living y escuchamos algunos temas. Algunos de él y algunos míos. Descubrimos que había una banda que nos gustaba a los dos y me emocioné. ¡Por fin, algo!

G tiene algo en particular que me resulta muy, muy extraño. Estando quieto lejos o cerca mío a veces se me abalanza con un beso de esos de te-como-toda-la-boca, me aprieta fuerte la cintura y las caderas y después se aleja, mira para otra parte bajando la cabeza y me devuelve la mirada como asustado. 

Si pudieron ser capaces de imaginar ese proceso supongo que me seguirán en la idea de que es raro.
Sí, definitivamente lo es. No hay dudas

Volviendo a la situación entre las sábanas. Por alguna razón que no recuerdo y mientras nos invadía el silencio de la habitación le dije algo-así-como-que me resulta fácil "sacarle la ficha" (perdón, pero no tiene sinónimos el concepto) a la gente y a él me era imposible. Le dije que tenía ganas de conocerlo y me preguntó por qué. Me quedé balbuceando palabras porque no sabía como expresar lo que queria decirle. 

Digo yo, ¿no? ¿No es algo normal querer conocer a la gente?

Creo no equivocarme al decir que G relaciono lo que dije con seguir juntos, comenzar una relación y atarnos de manos y pies con un cartel que diga "novios". La razón por la cual creo eso es porque automáticamente después de haberle dicho esto último me dijo que a él no le gustaban las relaciones. "No son para mí, simplemente no lo son".

Tenía un nudo en el estomago. Me quería ir. Quería chasquear los dedos e instantáneamente estar fuera de esa cama, vestida y sentada en mi auto. De repente en mi rostro se estaban comenzando a reflejar los principios del sentimiento de rechazo. Soy pésima para disimular el síndrome del rechazo. 

Síndrome de rechazo: patología que hace referencia a que, en cuestión de segundos y por una razón desconocida, el hombre que tenes al lado te comienza a generar desprecio.

- Si me queres conocer está bien. Preguntame lo que quieras
- Siempre que te pregunto algo no contestas. Te quedas en silencio.
- No, porque no lo hacías a modo de pregunta. Ahora sí, preguntame y te voy a contestar
- ¿Por qué sos tan raro?
- Sí, si...Soy raro, ya sé.

Silencio

- Preguntame algo más
- ...¿Me puedo ir?
- ...Sí

Busqué mi ropa por toda la habitación, temblando. Me vestí temblando. Lo saludé temblando. Temblé y temblé por diez minutos. Cuando me relaje prendí el motor y me fui para casa. Definitivamente no tenía razón alguna para quedarme en ese lugar.

martes, 22 de julio de 2014

Capitulo XV

El domingo no tuve más opción que levantarme 8 am. Levantarse a la mañana es una de las peores cosas que me pueden pasar. La única cosa que es aún más malvada que madrugar es -para mí-, madrugar, tener que desayunar as faster as you can y salir corriendo procurando no llegar tarde a donde tenes que ir porque no te levantaste a tiempo. Eso, para mí, es una mañana infernal. 

Me levanté a esa hora porque tenía que ir a buscar a un amigo de España al aeropuerto. Había ido a una ciudad cercana a pasar el fin de semana con amigos y yo estaba parando en su casa mientras (¿mientras el no estaba o mientras yo consiguiera finalmente un lugar en donde parar?). Me pidio que lo vaya a buscar en su auto cuando llegara y le dije que sí, obvio. No estaba segura de decirle que sí; no sabía si sentirme mal por haberle dicho ese "sí" con completa seguridad y confianza en mí misma -como si no me asustara- o bien, sentirme bien por estar devolviéndole el favor que él me había hecho. 

Después de haber llegado satisfactoriamente al aeropuerto logré ahuyentar de mi mente algunos miedos íntimamente relacionados con la ecuación (yo+auto)*100%3. Volvimos a la casa y yo salí a caminar. Era un domingo primaveral que yo estaba absolutamente decidida a aprovecharlo (ya que había madrugado, claro). Busqué en un mapa cómo llegar a la casa de G y empecé a caminar a paso lento. No quería hacerme ilusiones pero el plan se basaba en  algo así como escribirle un mensaje, que acepte la invitación a caminar y se transforme en mi compañero durante la caminata. 

Así,  finalmente nos veríamos, muejejeje (risa diabólica).

Lo desperté con el celular sonando a las 10.30 am. Me dijo que recién se estaba despertando así que me agarró uno de esos berrinches que me agarran cuando los planes no me salen como yo quiero y  no le conteste. Cambié mi ruta y caminé para otra parte. Pocos minutos más tarde recibo un mensaje de él: "estoy listo". Le expliqué cómo llegar a donde estaba: había encontrado una reserva natural que podría haber sido el escenario de cualquier drama-romance hollywoodense

Así que lo espere sentada en un banquito; como hacen en las películas...

Cuando finalmente me escribio que ya había llegado descubrimos que estabamos en el mismo lugar y no nos podíamos encontrar, no nos veíamos, no había manera. El parque era bastante grande y era algo que yo no sabía.  El había llegado por otra calle; no sabía cuánta distancia nos separaba uno del otro y me entusiasmaba la idea de ser yo quien lo encontrara. Me dijo que me quedara donde estaba que él iba a venir por mí. 

No way, my dear...

Decidí esperar unos minutos para probarme, para comprobar si sería capaz de no-irlo-a-buscar. Había una metáfora en eso y yo no podía cumplirla o no podía romperla, quién sabe. La cuestión es que me quedé esperando mirando una laguna donde se veían algunos patos. Mi ansiedad estaba en 100 y mi paciencia en 0. Me suena el celular y leo: "Creo que tu estás al otro lado del río"

Me levanté  del banquito sin siquiera pensarlo y cruce el puente creyendo saber dónde él estaba. Caminaba decidida, segura de que yo no tendría problemas en encontrarlo. Giré a la izquierda después de cruzar un puente y lo vi. G venía caminando hacía mí.  

Crucé el río hacia él (y cumplí la metáfora...)

Caminamos por largo rato y nos sentamos en cada lugar que creíamos valía la pena por las imágenes que regalaban a nuestras pupilas. G es un chico raro y lo único que sabía de él hasta aquel momento era que le gustaba el rugby, escribir y dibujar y que era inseguro. Me pregunté mientras caminaba a su lado si su silencio se debía a su inseguridad o bien se debía a algo que todavía desconocía de él.

Me acuso varias veces de ser mala, de reírme demasiado de las desgracias ajenas y de fumar demasiado. Sentí de repente que quizás no eramos tan compatibles como yo pensaba (bueno, cualquiera lo pensaría, créanme). Intenté no ser tan definitiva y pensar que quizás las diferencias derivarían en algo divertido entre los dos. 

Y salvaje y violenta en lo sexual, claro...

Mientras cruzábamos uno de los tantos puentes de aquel parque me tomó fuerte del brazo y me acerco a él para besarme. Olía a perfume, a perfume rico. Estuvimos un largo rato abrazados y en silencio. Cada uno miraba para un lado distinto de la laguna. Interrumpio el silencio diciendome que no podía estar en un mejor lugar que ahí conmigo. Por un momento sentí que en verdad se refería a la compañía en sí porque podía ser que a mí también me pasaba un poco eso. Aún no habíamos descubierto si nuestras charlas podían derivar en no-retos y no-reproches pero sí habíamos descubierto que nuestras bocas se llevaban muy bien.

Pasamos la última media hora antes de partir sentados frente a una fuente. El reflejo de los árboles era casi perfecto en el agua, como un holograma;  tan perfecto que no podía despegar la mirada de ahí. De a ratos posaba mi cabeza en su hombro mientras él me abrazaba y de a ratos me ponía inquieta y me acercaba para besarlo. ¿Cómo es que él reaccionaba ante esto? Se alejaba. Se alejaba y me miraba con cara de "loca, ¿qué estás haciendo?".  Según sus palabras su reacción se debía a que yo tenía la nariz fría. 

Come on...


En fin, no es mi culpa tener el Síndrome de Raynaud y te prometo que no me dieron a elegir. Por si quieren recopilar un dato de interés, este síndrome consiste en tener las extremidades casi siempre frías, casi heladas. 

El frío en mí no es una opción. No puedo desalojar al frío de mí.

Ya que estábamos en la sección "defectos propios" que tanto me gusta, le conté también que tengo lengua geográfica, rotación de tobillos, bursitis y un arco en los empeines sumamente abusivo. 

¡Hola! Soy especial.

Nos despedimos en una esquina y sentí en aquel instante un poco de ganas de separarme. Había algo que faltaba o algo que sobraba, no sé. Había algo raro entre nosotros que tenía que pensar.  Camino a casa intenté descifrar la forma en que me miraba cuando se alejaba de mí y el extraño  modo en que hacía esto último. 

Había, sin dudas, algo indescifrable en él también. 

***

Hace tres días que estoy sobrellevando un herpes en la pera y un fuerte dolor en la mandíbula. Me siento débil y estresada. Me preocupé por el dolor que se volvía cada vez peor y buscar en internet no hizo más que preocuparme más. Los consejos que dieron como resultado a mi búsqueda sólo decían que debería ir al dentista ya que puede o no ser grave.

Hola, no tengo seguro médico. Que alguien me ayude.

miércoles, 2 de julio de 2014

Capitulo XIV: me niego a publicar un Capitulo XIII


Mi "sí, voy a ir a la fiesta" resulto ser una mentira in-intencionada ya que aquel sábado, sin transporte ni ganas de caminar tres kilómetros, me decidí por no ir. Aquel sábado me desperté entusiasmada pensando que mi situación -la cual se resume en "no trabajo, no casa, no auto"- se iba a transformar en "no trabajo/casa"; claro, si tenía algo de suerte. Fui caminando hasta la casa de dos amigos (marplatenses, como para sentirme como en casa) y una chica iba a pasar a mostrarme un auto que estaban vendiendo. El hecho de que haya decidido solucionar la parte del auto primero creo que se debe a que dependía completamente de alguien que supiera algo acerca de mecánica.

 Simplificado: dependía completamente de un hombre, sea quien fuere. 

Llegué cerca de las 5 pm y los chicos estaban tomando cervezas desde hace varias horas tirados en un viejo sillón afuera de la casa. Volviéndose irresistible la situación de pleno relax me sume a su estado chill out agregándole algo lindo para fumar, compartir y relajar aún más...

Al poco rato llego la chica para mostrarme el auto. Mis amigos chequearon todo en general y me dijeron que estaba muy bien así que sentí que algo, alguito, estaba encaminado en mi vida. Maneje algunas vueltas manzanas con el novio de la chica para "ver qué tal". Admito que durante los minutos que duraron esas vueltas me pregunte cientos de veces si realmente sería capaz de manejar del otro lado, en un auto automático y en un país tan particular. 

Cerramos el trato en un número muy favorecedor y quedamos en vernos el lunes siguiente. Para aquel momento en que se fueron ya era algo tarde y me empecé a preguntar cómo iba a ir a la fiesta.

 No hace mucha falta aclarar que me había olvidado completamente de la fiesta. 

Compartimos otro "feliz" con uno de los chicos y de ahí en más, como siempre sucede, todo se ve un poco nublado. Entramos porque hacia mucho, mucho frío (o así yo lo sentía) y mientras yo temblaba sentada en una silla uno de mis amigos me preparo un hot chocolate que acompañe con galletitas. El otro de los chicos se había acostado en su cuarto hace más de una hora y cayó en un sueño profundísimo. M, "el despierto" se sentó al lado mío y me propuso las siguientes opciones: seguir tomando cervezas; ir a un bar; o sumarse a la siesta y convertirla en comunitaria.

Segundos más tardes estábamos los tres acostados en una cama matrimonial, muy, muy volados. 

Intenté dormirme pero no sólo no tenía mucho acolchado ya que los chicos se lo habían adueñado, sino que también  pensaba aún en la fiesta y en lo ya ready for bed que estaba; lo cual, claro, no ayudaba en lo absoluto  mi predisposición de ir. Me levante al poco rato y me despedí de los chicos. Me aseguraron que se iban a levantar listos para salir y seguir disfrutando la noche. Me reí por dentro y salí de la casa. El camino se me hizo insoportablemente frío. Salir del calor de la cama para entrar al frío de la realidad es como que te rompan el corazón.

Bueno, al menos eso creo...¿no?

Cuando finalmente llegue di algunas vueltas en círculo dentro de la habitación pensando que iba a hacer. Le había comentado a G que no tenía modo de ir y me dijo textualmente: "Está difícil para conseguir carruaje para la princesa". Me molesto y aquel simple mensaje se transformo en una razón más por las cuales no ir. Le pedí perdón y le dije que me iba a quedar en la casa. Me contesto que estaba bien, que me entendía pero que nos teníamos que ver al día siguiente. 

- ¿Tenemos?
- Bueno, "podríamos". Sabes que no me gusta obligar. 
- Mejor lo hago yo que me sale bien...Mañana nos vamos a ver, ¿me escuchaste?
- Sí. Y me gusta.

Me dormí después de comer casi un paquete de galletitas entero. El fuerte deseo que sentía por ver a G me hacía sentir completamente instintiva, salvaje. Sabía que cuando finalmente nos encontremos anywhere poco íbamos a lograr estar separados. Si hubiera podido elegir, hubiera elegido chasquear los dedos y encontrarme mágicamente en su cama arrastrando las manos con una suave presión sobre su espalda mientras él me sujeta fuertemente por debajo de las costillas...

Quizás también hubiera elegido no ser tan increíblemente calentona, claro. Pero ese es otro asunto.

lunes, 30 de junio de 2014

Capitulo XII

Era martes y la seguidilla de días soleados había terminado. Cerca de las seis de la tarde le conté a mi hostess-chongo-frio-kiwi que iba a ir a la casa de G -el nuevo chileno- y me ofreció de llevarme. 

A G lo conocí básicamente enviando solicitudes de alojamiento antes de venir a Christchurch. El perfil de su pagina decía que le gustaba escribir y dibujar y tenia como misión cambiarle el color al mundo. Llamo un tanto mi atención por eso pero también otro tanto porque era sumamente parecido a C sólo que en estereotipo rugbyer/sentimental.

Desde lo que yo se, los chilenos no son como los chinos. Es decir, no son todos iguales. Por favor, no me hagan esto.

G me contesto que justo esa semana no podía pero que me iba a esperar cuando yo quisiera para ir a la casa por unos mates y torta. Lei algo de su blog y me llegue a sentir identificada. No cabían dudas de que G  tenia una relación con las palabras, así como la tengo yo. 

Al llegar a la casa y estar allí, frente a su puerta, me sentí un poco nerviosa. Por alguna razón cuando lo vi llegando a abrirme intenté  no mirarlo fijo a los ojos. Entramos juntos a la cocina y me presento a sus flatmates -all of them from South America- así que tuvimos conversación popular para rato. Después de un largo rato pasamos de ser siete personas charlando a ser tres. Después, dos. Al final, quedamos solos.

Comenzamos a hablar acerca de la escritura, después pasamos a las palabras y después a una palabra en particular muy toqueteada para mi gusto: amor. Debatimos el poder que se le da al amor como palabra y también del concepto de la felicidad eterna. Poco antes de ir a su cuarto a ver sus dibujos, se me erizo la piel al leer un poema que era su favorito. Era un poema carnal, violento y dulce a la vez. O quizás no lo era tanto y ese era el tono que yo le otorgaba encontrándome sentada junto a alguien que, por alguna razón de piel, sabia que no iba a ser un amigo.

"G tiene el cuerpo fuerte..." pensé en un momento en que me desconcentre completamente de la conversación. Me asustaba el hecho de pensar de que ya me estaba imaginando mi cuerpo desnudo sobre la cama, G sobre mi, las sabanas revueltas y sus fuertes piernas haciéndolo entrar y salir con firmeza de mi. 

Intente controlar las fantasías sexuales que cobraban fuerza dentro de mí y que  involucraban a ese pobre chico que apenas me empezaba a conocer. Hablamos de los días lluviosos y acerca de qué quería conocer yo de la ciudad ya que apenas conocía algunos "puntos turísticos". Le dije que a mi me gustaban mucho los parques y afirmándome que los parques son igual de visitables en días soleados y lluviosos, me desafió a ir al día siguiente a caminar al parque sea como sea el clima.

 Acepté a su invitación auto-cuestionándome: ¿dónde te estas metiendo? No, no por G en cuestión ni por no tener ganas de ir al parque con él, no por eso. Era mas precisamente porque dos chilenos, un mexicano y un kiwi era demasiado ganado para manejarlo sola. 

Estaba teniendo "química" con más hombres de los que había imaginado. 

***

Bom-ba: 

 De vez en cuando mis amigas me escriben con algún chusmerio como para mantenerme al tanto de las relaciones, embarazos, matrimonios y engaños que suceden en mi grupo social de Mar del Plata. A pesar de que no es lo mismo intercambiarlos entre mates y gritos (sí, no podemos no gritar), es divertido recibir un informativo de vez en cuando y dar una carcajada sola. 

La noticia que me habían dado esta vez era realmente muuuuy jugosa. N, el amante y  mi ex-jefe iba a ser papá. Intente ponerme en su lugar para sentir lo que el debía estar sintiendo en ese momento a más de 10.000 kilómetros de distancia. N casi se separa de la esposa por mí. N la engaño después de 1 año y algo más de casarse. N no pensaba tener hijos pronto. N me escribió en un e-mail que le gustaría volver a estar conmigo cuando vuelva a Argentina. 
En fin, imaginaba que yo no tenía manera de siquiera de ponerme en su lugar. El mal humor y la irritación que este hecho le producía debían ser terribles.

Bah, no sé, quizás solo estoy inventando.  Lo único que ruego es, por favor, nunca caer en esa situación. 


Enterarme de esto a la medianoche fue lo mejor que me podía pasar después de un día tan, pero tan de mierda. Fui a una entrevista para una posición que incluía  recepción y general duties (un poco de todo) en un motel. Estaba entusiasmada y ya hasta me podía imaginar detrás del mostrador con esa sonrisa falsa que tan bien suelo lucir haciendo check-in otra vez después de tanto tiempo.

Sabía que tenía que salir temprano de donde estaba parando para llegar a la hora de la entrevista al motel. Jamás imagine, de todos modos, que me iba a llevar 1 hora. Era la hora de la entrevista y yo estaba recién a mitad de camino. Llamé a la japonesa con la que había concordado el encuentro para avisarle que iba a llegar más tarde. Tardo 2 minutos en entender lo que le decía. 2 minutos, no exagero. 

2 minutos que,  claro, me reducen el crédito del teléfono y el crédito acá está caro (y no me lo paga papá...).

Una vez en el motel y mientras le hablaba de mi experiencia laboral a la japonesa, me miro con una cara de asco impresionante y me dijo algo así como: "vos tenes que hablar más lento. Si vas a hablar así, nadie te va a entender. No podes hablar tan rápido". Empecé a hablar como una persona bastante "especial" después de que me dijo eso. 

El trabajo no me gusto. Tenía que trabajar horas y horas y lo único que me daban era acomodación. I mean, no money!

Caminé la eterna vuelta a casa a un paso depresivo. Mi vida me pesaba. No tenía auto, casa estable ni trabajo. Era una pobre backpacker que sólo tenía unas mochilitas que llevaba de casa a casa constantemente. Me sentí sola como en Auckland y no me gusto. Me dije a mi misma que no iba a caer en esa patética situación otra vez. Si el no-animo seguía, agarraría mis cosas y me iría a cualquier otra ciudad que este cerca. 



***


Desde el día que conocí a G nos escribimos todos los días por celular. Estupideces, nada importante. Creí que iríamos al parque pero cuando me escribía nunca hacía mención a la invitación que me hizo aquel día en su casa. Sin embargo, siendo un Jueves me escribió para ir a una fiesta en su casa el Sábado. Le dije que sí y me volvió a preguntar a las pocas horas. Le volví a repetir que si y el Viernes lo quiso "reconfirmar". 

Le pregunté por qué lo hacía y me dijo que era inseguro. Contuve las ganas de contarle de que odio los planes y los compromisos ya que, de todos modos, este era un plan que probablemente terminaría bien (... bien  salvaje y violento)

miércoles, 4 de junio de 2014

Capítulo XI


El hostel era nada más y nada menos que una ex cárcel. Personas con el cerebro no tan atontado lo hubieran sabido con anticipación: Jailhouse era el nombre del lugar. Mi habitación era una celda, los empleados vestían remeras a rayas y había espacios que habían sido mantenidos intactos desde la época en que funcionaba como cárcel. Tenía miedo y sentía que las energías negativas me traspasaban el cuerpo.

Decidí dejar los bolsos rápido y salir a hacer algo que sabía me alegraría aunque sea un poco: comprar yerba para el mate. Llevaba a cuestas algo así como seis días sin tomarlo y la abstinencia me estaba carcomiendo por dentro. Creanme: uno sólo camina siete kilometros si siente una real y pura abstinencia de algo. 

***

La estadía en aquel hostel no resultó tan terrorífico. Aquel mismo día que compré yerba me paso a buscar un amigo de Mar del Plata y fuimos a cenar a la casa de otros dos chicos de allá. Parecía mentira que cuatro personas nacidas en una pequeña ciudad de la Costa Atlántica estaban ahora juntas en Nueva Zelanda. Cervezas van, flores vienen, sumamos  charlas y algo de comida y el resultado es asombroso. 

Cuando mi amigo me llevo devuelta al hostel, descubrí un grupo de tres chicos charlando con algunas cervezas atrás de un paredón. Uno de ellos me vio y me grito: ''Hello, hola!". Sin demostrar absolutamente ningún rastro de resistencia hacia la joda latina, me acerque y me hice muy amiga de un chileno, un español y un mexicano. 
Después de algunas flores y cervezas más mi capacidad por sostener la risa al escuchar al mexicano hablar era nula. No tuve otra opción que confesarle que sus palabras y su forma de decirlas son mi debilidad porque sino seguramente  iba a quedar bastante mal.

 ¡No mames, buey!

Terminamos yendo caminando a un bar que sólo me hizo confirmar el hecho de que no pienso salir durante todo el invierno. La música me retorcía los tímpanos y sacaba a mi Yo de su usual estado de paz. 

Si, así como la música calma a las bestias, algunas bestias se estremecen ante aquella que no merece la pena. 

Le dije al mexicano que prefería irme después de que casi me peleo de forma violenta con un kiwi. El pelado feo estaba borracho y  había decidido  repetirme una y otra vez: "Yes, you are hot, but my girlfriend is hotter than you". Le pelee con ese empecinamiento que caracteriza a las mujeres integrantes de mi familia. Es decir, si, si el mexicano no nos hubiera separado, le hubiera peleado hasta que quizás, en mi estado, le hubiera pegado. 

Dios, estoy admitiendo que tengo problemas de violencia. 

No me acuerdo en que momento de la vuelta fue pero el mexicano me beso. Yo creo que los mexicanos nunca van a ser "lindos" como el resto, pero tienen algo. Ese algo hizo que lo siguiera en el beso  y nos quedáramos un rato mas juntos afuera del hostel. 

¿Por qué no llego a nada mas? Digamos que se puso un poco denso, mi paciencia sufrió una caída libre y entre. 

El domingo a la noche parecía que me iba a brotar alguna especie de virus relacionado al aburrimiento pero, justo antes de eso y para mi suerte -o la de mi soledad-, conocí dos argentinos en la sala común del hostel. Charlamos menos de diez minutos pero estos bastaron para que repentinamente nos encontremos en su auto con una chica kiwi yendo a comprar un whisky para otorgarle un poco de emoción a la noche.

 Jugamos un juego de cartas que me obligo a hacer dos fondos blancos por perder y nos reímos a carcajadas por varios minutos después de probar una pipa que rondaba por ahí. 
Por alguna razón le fije a uno de estos argentinos, de 31 anos para ser especifica,que si saltaba la cerca lo iba a hacer el hombre mas feliz del mundo. A ver si se entiende, digo "por alguna razón" porque mi locura en aquel momento era extrema, no porque no supiera porque realmente esas palabras salieron de mi boca. 

Se ve que ver a los hombres someterse es algo que me genera cierta atracción.

Sin adentrarme en la sección psicoanalista encargada de analizar el por qué eso me atrae, voy a ir al punto: salto la cerca y  a pesar de que lo vimos pasar efectivamente al otro lado, escuchamos un fuerte ruido proveniente de su pantalón. A ver, saltar fumado una cerca no podía no tener como resultado, al menos, un pantalón roto.

Esa noche dio por finalizada con él+yo+una misma cama. El resultado para muchos seguramente sería sexo, pero no. Estábamos increíblemente fumados y borrachos así que resulto ser una situación bastante cómica. Claro, la comedia termino cuando, al intentar a darme un beso,  cayó en la cuenta de que se había acostado por alguien que cree cien por ciento en dormir al lado de un hombre sin que pase absolutamente nada. 

Es gracioso escribir aquello acerca de mi, cuando en verdad es esa situación la que siempre me hace estremecer y entrar en calor. Los roces son incómodos y estratégicamente calculados, las respiraciones son agitadas y los latidos  son ruidosos. Hermosa.

Al día siguiente el se despertó temprano y yo seguí durmiendo un poco más hasta que sonó la maldita/querida alarma. My jail period was finished! A través de una nueva invitación para volver a la casa de los couchsurfers, lo hice sin imponer mucha resistencia.

Recuerden: odio pagar por hostels.

Me paso a buscar a la mañana y antes de volver a la casa me llevo a algunos restaurantes a dejar el curriculum vitae. Yo arrastraba los fondos blancos de la noche anterior y mucho, mucho cansancio por haber dormido con alguien al lado y no contar con la cama para mi sola. 

Si, confieso que últimamente me parece imposible dormir con alguien al lado. 

"¡¡¡¡¡Estas aplastando mi soledad!!!!!" -le diría una parte de mi cerebro a aquel que lo hace-.

Durante el camino en auto me anticipo los planes para la noche: pijama party con películas y pochoclos incluidos. Es un tanto simpático y otro poco patético que esos "planes" creados por el me incluían a mi -que no podía decir que no- y a su flatmate -al cual le daba todo exactamente lo mismo-. 

A ver, lo que quiero decir es que planear un pijama party entusiasmadamente a los treinta y pico solo deja entrever problemas o vacíos presentes durante la adolescencia. 

Si, estoy hablando pavadas. Lo siento, me encanta.

Las películas combinaban tres de las -para mi- peores cosas: ingles; haber sido filmada en 1980; y, por último, una clase de humor que, si te tuviera que producir algún efecto, seria llorar en vez de reír. La situación solo se comenzó a mostrar interesante cuando yo, ya con las retinas cansadas de ver semejante horror cinematográfico, me recosté en el sillón y mi hostess me empezó a masajear los pies. Me cambie de posición y me empezó a dar besos en la cabeza y a acariciar las caderas. Yo, con esa postura propia de mascota de "me acuesto al lado tuyo y me acaricias todo lo que quieras", me quede acurrucadita a su lado. 

No se, si, quizás estoy necesitando muchas caricias últimamente. Demasiadas.  

Me ofreció que duerma con el pequeño perrito que tiene como mascota así, como para no dormir sola. Minutos mas tarde me retruco la oferta y me ofreció dormir con el pequeño perrito y él, como uno de sus combos baratos que no podes decir que no. Acepte sin muchos revuelos y, después de lavarme los dientes, me acosté al lado de el y con el perrito a mis pies. 

Tengo que admitir que tiene cosas que no me parecen atractivas pero algunas otras que si. Después de que sus manos recorrieran lentamente mi cuerpo por debajo de mi pijama por algunos minutos, me gire y nos besamos mientras que la situación comenzaba, bueno, mmm...¿cómo ser sutil? ¡Comenzaba a ponerse caliennnnnnte! 

Sí, podría haber buscado otra palabra pero no tenia ganas de pensar.

Lo que me gusto de el es que parecía una batalla y el ganador seria quien mas placenteramente muerda al otro. Porque no, queridos novatos, no se trata solamente de morder como se muerde un pan duro, es toda parte de la ciencia del placer. 

Me propuso ir al jacuzzi así que corrimos desnudos al patio después de pasar por algunas toallas por el lavadero. Desde el patio se podía ver la luna casi llena en el cielo y sentir el silencio de la noche en el aire. Mientras que lo abrazaba por los hombros y pensaba en lo lindo de todo eso me pareció un poco lamentablemente no estar junto a alguien con quien verdaderamente pudiera compartir la fascinación por aquellas pequeñas pero grandes cosas. 

Estuvimos juntos al volver al cuarto y a la mañana siguiente. No se si realmente es necesario hacer una especie de "conclusión" de cada encuentro sexual que uno tiene pero, por alguna razón, siempre lo termino llevando a cabo.

 A ver, simplemente disfruto de preguntarme a mi misma cómo me sentí. 

Llevando a cabo ese proceso analítico sobre aquella noche podría decir que me sentí responsable de demostrar como una latina puede ser en la cama. Y, para ser honesta y completamente humilde como siempre lo soy...fui una perra salvaje indomesticable. 

Bueno, ahora va en serio: fue raro. La postura del hombre kiwi no es algo que podría aceptar por mucho tiempo. De alguna forma siento que pese a que estén junto a una linda mujer, nunca se van a sentir especiales.  Los hombres kiwis, para ser más clara, son esa clase de hombre que vas, te sentas al lado en busca de algo de cariño y calor humano y te abrazan como lo harían con un perro pero siempre con la vista fija en la TV.

Al día siguiente me sentí un poco mal por C, el chileno. Después de todo había venido al sur de la isla a esperarlo a el y, quizás, probar con la convivencia. Sin embargo tan mal no me sentí ya que pronto conocería otro chileno que se ocuparía de entretenerme hasta que C viniera a salvarme. 

Salvarme de un incontrolable y placentero libertinaje...

lunes, 26 de mayo de 2014

Capítulo X

Mis días en Auckland se caracterizaron por muchas buenas energías, contrario a lo que yo temía. Pasé los días en la casa que esta alquilando mi -única- amiga Ce con otro chico argentino. Desayunamos juntas, salimos de compras, decoramos su habitación, miramos películas, cantamos y bailamos. Sí, super cool para una nena de 9 años, no para una de 21, ya sé. La cuestión es que disfruté como hace mucho no hacía la compañía de una verdadera amiga. 

A pesar de que me encontraba allá y disfrutando mucho de mi estadía, una fuerte ansiedad que veía plasmada en la cantidad de comida que comí durante esos días me carcomía por dentro. No tenía idea acerca de a dónde me iba a dirigir. Mis opciones iban desde irme al sur, al norte o al centro de la isla; irme con el chileno o no; ir a trabajar o hacer voluntariado, etc. La variedad de opciones puede, o bien hacerte sentir alagada porque "¡Wow!¡El destino pone a mi disposición un montón de caminos!" o hacerte sentir más perdida que nunca. En mi caso en particular aquella  variedad de opciones no plasmaba más que el hecho de que NO TENÍA LA MÁS MÍNIMA IDEA DE QUE HACER DE MI FUTURO.

Ahora que lo pienso es como cuando tenes mucha ropa y no sabes que ponerte. Bueno, acá eso ya no me pasa, pero lo recuerdo.

 Decidí hablar con cada uno de los argentinos que conozco ya que cada uno de ellos estaban viviendo en distintas partes del país. En cuestión de minutos cada uno de ellos me envió un reporte acerca de la situación laboral de sus paraderos y, sin querer seguir dándole más vueltas al tema, compré un ticket para Hastings.  Después de 8 horas de viaje me encontraría allá con I, un chico que conocí un día de verano.


Hastings me sentó muy bien durante toda la estadía. Sí, es un pueblito y mis posibilidades de trabajo eran bastante cortas debido a que "oops! se terminaron tooodas las temporadas de picking de frutas". De todos modos, lo placentero de mi estadía recaía en la compañía. El hostel era todo lo que no hubiera imaginado. Para explicarlo de algún modo simple, era un terreno de tamaño bastante considerable donde se ubicaban cuatro pequeñas casas, cada una con su cocina, sus decenas de sillones ubicados al aire libre y su mini-biblioteca.

 En la casa donde yo dormía dominaban los franceses, razones por las cuales sólo iba a cocinar y a dormir. En la casa "latina" o mejor dicho, poblada por argentinos, el aire era distinto. Estar sentada en una silla al sol afuera de la casa escuchando música ya era una actividad. En esos días en Hastings reconocí la importancia de la compañía. Podría llamarlo, por qué no, una especie de revelación que corroboraba lo que venía a buscar: algo que corte mi solitario viaje. Aprendí durante esos días que se puede estar rodeado de gente y a su vez disfrutar de la soledad cuando así se quiere. Así de a ratos me quedaba al sol leyendo, tomando mate, pintándome las uñas o, por qué no, escribiendo acerca del pasar de mis días. 

***

Me fui a refugiar del frío a la cocina luego de una fogata entre argentinos-yanquis y franceses. Necesitaba urgentemente un té ante-frío y algo dulce. Lo dulce brillaba por su ausencia entre mis alimentos por lo cual me decidí por buscar en la heladera. De verdad, no creo que sea mi culpa que las francesas hallan estado todo el día cocinando pancakes, pies y pan de mil tipos distintos. A cualquiera le generaría un enorme deseo de probar algo de todo eso.  Encontré en un tupper pancakes con chocolate. Sin que mis manos los tocaran se dirigieron al microondas. 30 segundos. Voilá! Excelente e inesperada compañía para mi té. 


***

Era Domingo y a pesar de que pasar el día entero en el hostel no me disgustaba del todo, sabía que al final del día me iba a amargar sola por no haber gastado al menos un poco de energía. Una de las chicas argentinas me había dicho que había una bicicleta que podía usar, aproveche que sólo quedaba algo así como una hora más de sol, se la pedí y me largue por las rurales calles del pueblo. Habrán pasado, quién sabe, unos veinte minutos, que de repente escucho a un hombre hablándome desde el auto que estaba paralelo a mi y a mi bicicleta-prestada. No había manera de a. manejar y escucharlo b. no chocar c. entender lo que me decía con su maldito acento. Por suerte se decidió a parar y, rogando no caerme de la bicicleta cuando lo intente, me baje y me acerqué a la ventanilla. En el mejor papel de bebota inocente le contesté que no sabía nada acerca del uso obligatorio de cascos. 

Sí, hay dones que tenemos las mujeres que nos sirven, por ejemplo, para evitar multas bizarras de este tipo. 

***

Ya durante mis primeros días en Hastings comenzamos a hablar acerca de los futuros planes: irnos al sur esa misma semana. A pesar de que esto hizo que toda mi búsqueda laboral online en Hastings se echara a perder y yo malgastara un enorme esfuerzo físico en ello, me sentí orgullosa cuando recibí dos llamados para un puesto en un restaurante y los tuve que rechazar debido a mi huida. 


***

"Aggrr, detesto salir de la ducha en invierno". Eso pensaba mientras intentaba ser ultra-veloz secando mi cuerpo. Me pregunto con quién debería hablar para sacar de mi rutina diaria ese instante en que pasas de agua-hirviendo a la crueldad-del-frío. ¿Dios, Alá, Cailleach Béirre? 

 Después de dos días de sentirme completamente zaparrastrosa -pero feliz-, le estaba dando la bienvenida a una nueva etapa dándome una ducha post-viaje. Llegamos, después de dos días de viaje y no esperados obstáculos y arrastrando los pies del cansancio, a la querida ciudad de Christchurch.

Era un martes a las 7 am que nos estábamos despertando con mi amigo argentino "I" para emprender nuestro viaje a Christchurch. I le había hecho algunos arreglos al auto durante la semana así que a pesar de que su aspecto no inspiraba mucha confianza, depositamos toda la energía en pensar que nos ayudaría a llegar hacia la otra parte de la isla. 
I me había dicho que no me preocupara por tener mucho equipaje porque claro, siendo dos en el auto, teníamos espacio de sobra. Cargamos mis mochilas, almohadas, mantitas-robadas-del-hostel, una bolsa de manzanas y mandarinas (bueno, sí, robadas del hostel también) y partimos dejando atrás ese encantador hostel con aires de hogar.

Mi estado, siendo responsable del "acompañante de quien maneja", era desastroso. La noche anterior me había decidido por comprar marihuana porque me había parecido copado estar re-fumada durante todo el viaje, quién sabe por qué, ¿no? La cuestión es que compré pensando que iba a ser poco y resultó ser un montón. Un montón digamos porque pensaba terminarlo antes de tomar el ferry (sí, porque quizás soy un poco perseguida y no querría que me revisen). Así que fumar mucho y acostarme tarde, en resumen, habían hecho que mi estado aquel día fuese un tanto deplorable. 

Pocos kilómetros habíamos hecho cuando, mientras escuchábamos Las Pastillas del Abuelo, yo abrí la ventana en busca de un poco de aire y sentimos un extraño olor a quemado. I se bajo del auto a chequear y el olor no hacía más que empeorar. Los dos sin-entender-nada-sobre-autos decidimos seguir viaje hasta que, pocos kilómetros después, no tendríamos opción acerca de "seguir o no viaje". 

Aparcamos nuevamente el coche y cuando I se dirigió a la parte trasera del auto no vio más que una encantadora llama brotando desde abajo del auto. Me alarmé cuando me saco mi botellita de agua para intentar apagarlo y me baje rápidamente del auto sin siquiera preguntarle algo. I empezó desesperado a sacar del auto todo el equipaje y me alarmé así como un poco más. Pararon algunos coches a ver si nos podían ayudar de algún modo y uno de ellos nos ayudo llamando a los bomberos. 

Seis minutos más tardes cinco kiwis bomberos -que estaban en su mayoría muy ricos-, se bajaron del camión e hicieron algo sin mucha ciencia: tirar agua con la manguera. 

Digamos...entréguenme la manguera y manguereo yo.

El auto no tenía mucha solución. Es raro pensar que un auto nacido en el mismo año que yo (entiéndase: era un modelo 92) estaba muriendo en ese instante. Uno de los oficiales se decidió por llevarnos al pueblo más cercano; nos deshicimos de las mantas-robadas-del-hostel, de un par de zapatillas de I, las almohadas y algunos paquetes de fideos que rondaban por ahí. 

El pueblo al que llegamos tenía la particularidad de que era la ciudad con el nombre más largo del mundo. Claro que está en lenguaje Maori y es hasta imposible de leer si quisiera.

 Muy, muy largo, no es chiste. 

En el centro de información nos ayudaron a cambiar la fecha del ferry para el día siguiente ya que estaba claro que mágicamente y en tres horas no llegaríamos a tomarlo. Pese a que la mujer intento persuadirnos para tomar un bus ya que era el modo más seguro, también nos regaló un cartón blanco lo suficientemente grande como para escribir "Wellington" y que los simpáticos conductores leyeran nuestro próximo destino y se apiadasen de nosotros en en medio de la ruta. 

Nuestro viaje estuvo repartido en tres diferentes autos. Todos ellos eran kiwis, dos hombres y una mujer. Los paisajes que ví durante ese viaje no tienen explicación alguna. Increíblemente increíbles. Los conductores, bueno, bien, me toco dos veces sentarme en el asiento de adelante hasta que me cansé de charlar y lo mandé a I a conversar con el último conductor que nos llevó. 

Wellington es conocida como la ciudad del viento y no, no se equivocaron al otorgarle aquel apodo. Caminando con viento en contra y con los cientos de bolsos y bolsitos colgando desde nuestro cuerpo, llegamos a un hostel no muy caro que estaba justo al frente de la estación de ferries.

Ya en el hostel y con toda la habitación de seis personas para nosotros solos, decidí por alguna razón que desconozco darle unos besos y hasta permitirle estar acostado al lado mío por un rato. Claro que me acariciaba demasiado y no me dejaba dormir, por esa razón fue sólo por un ratito. 

Nos quedamos durmiendo sin siquiera cenar. Me hace sentir bastante mal que un chico le preste menos atención a la comida que yo. Según I, nunca siente hambre y sólo come si hay comida. Yo...soy una gorda ansiosa que le está entrando duro a los chips y al chocolate desde que comenzó a viajar. 

Después de un viaje en ferry matutino y de haber encontrado una gran oferta de bus para llegar hasta Christchurch, festejamos no tener que hacer dedo otra vez y emprendimos viaje. Lo bueno de viajar por ruta en Nueva Zelanda es que los paisajes nunca te van a decepcionar. Cada una de las montañas es más verde que la anterior. 

Para nuestros primeros días en Christchurch había arreglado con unos kiwis para que nos alojasen. Sí, soy miembro premium de Couchsurfing. Si no conoces la página, hacelo: nunca más vas a pagar por un hostel si no queres hacerlo. 
Uno de los kiwis es un adicto a la TV, ex roquero drogadicto que se tira eructos a cada rato pero muy servicial. El otro tiene un tupper con bolsitas de distintos tipos de marihuana, no trabaja y gusta de boludear a la gente con chistes muy divertidos. 

La segunda noche en la casa estaba anunciado que íbamos a tomar mucho, mucho alcohol. Claro que la cantidad de alcohol que soportan los kiwis es muy distinta de la que soporto yo. Fumé demasiado como siempre y termine con la cara pálida, los labios morados y el flequillo de loca mirándome fija en el espejo de la habitación. 

Después de eso, me puse mi nuevo pijama con estampado de vaca y perdí diez minutos de mi vida intentando subir a una cucheta. Nunca descubrí si es que realmente estaba muy alta para subir o si yo estaba muy fumada como para hacerlo. Al día siguiente le pedí a I dormir en la cama de abajo para evitar otra situación humillante de ese tipo. 

***

Fumando un cigarrillo en el patio uno de nuestros hostess me dijo que nos tendríamos que ir al día siguiente porque venían los hijos del otro a pasar el fin de semana. Pensé que lo iba a solucionar rápido mandando alguna que otra solicitud en la página pero no fue así. 

Era nuestra última noche en esa casa y estábamos bastante aburridos. Habíamos cenado en horario kiwi (entiéndase 7 pm) y nuestros hostess se entretenían mirando uno de sus tantos programas favoritos en la TV. No se si lo habré dicho ya antes, pero algo tiene que quedar claro acerca de mí: odio la TV. 

Dejando de lado los argumentos de por qué odio la TV para algún otro momento, volvemos a aquella noche. Decidí ponerme el pijama y acostarme a leer a pesar de que el libro que estaba captando mi atención en esos momentos no lo hacía en demasía; era un cliché más de la literatura. Así y todo, me vestí de vaca y me acosté a leer. I se apareció en el cuarto inquieto y, como imaginaba que si no le daba algo para hacer me iba a desconcentrar, decidí ofrecerle de leer la primera parte de esto mismo que estoy escribiendo.

I se acostó al lado mío y se dispuso a leer lo que seguramente muchos llamarían: "el umbral al infierno femenino". Al leer ciertos párrafos relacionados con el ex o con mi denigrante punto de vista acerca de los hombres, me agarraba de los hombros y me sacudía simulando ahorcarme. Sí, sabía que de algún modo se asustaría. No había manera de que no lo haga; incluso yo me asusto al leerme. Incluso a mí me asusta descifrar lo indescifrable. 

Cuando termino de leerlo me hizo alguna que otra pregunta acerca del contenido. Preguntas que lo único que hacían era ratificar que había sido una pésima basura con los hombres durante casi toda mi vida. 

Esa noche I me hacia cosquillas, me abrazaba, me apretujaba y me acariciaba sosteniendo como explicación que "yo era linda y que el quería estar con una chica linda". 

Congrats! Jamás escuché un argumento tan pobre y chiquilín como ese. I mean..Heeeelllo!!!!

Después de que por lo visto lo traté de alguna manera muy agresiva o violenta -digamos que no lo recuerdo-, I se fue a la cama de arriba. A los pocos minutos y ya con la luz apagada disponiéndonos a dormir, me dijo que al día siguiente, cuando tengamos que dejar la casa, se iría con unos chicos de Uruguay que conocía al hostel donde ellos se estaban quedando. Un "bueno" cortante y frío salió de entre mis labios y no dije nada más. Esa noche dormí con un dolor en el pecho, producto, seguramente, de un mix de sentimientos relacionados con la bronca, la lástima y el dolor. 

Claro está que los sentimientos que me invadieron también a la mañana siguiente se justificaban principalmente en el hecho de que sabía que jugar con él era como jugar con un títere. Fácil. No tenía intenciones de jugar con la única persona que había estado conmigo los últimos días pero, por lo visto, así lo hice. 

I no me genera ni un 0.02% de calentura. Los hombres se clasifican, para mí, de la siguiente manera: a. te generan ternura, les darías un abrazo; b. te provocan calentura, les das; c. ninguna de las dos, fracasados. A I lo hubiera llenado de abrazos, pero nada más. 

La cuestión es que aquel sábado en que nos despertamos sabiendo que nos separaríamos nos dimos cuenta que el hecho de que yo lo veía como un hermano menor mientras que él lo hacía con "la de abajo" no iba a funcionar. Ojo, para mí hubiera funcionado; para él no. Después de que salio a caminar mientras yo desayunaba me confesó que después de leer Primeras Entregas sabía que gustar de mí no era una opción recomendable...

Sí, pese a que I tiene alma de adolescente todavía, admiro su capacidad para decir "NO al masoquismo"

La cuestión de a-dónde-iba-a-ir también me preocupaba. Había enviado una solicitud a un hostel que parecía bastante bonito para quedarme, al menos, durante el fin de semana. Luego de esperar durante algunas horas que algún hostess de couchsurfing me contestara, no me quedó más opción que tomar una decisión y sí: invertir algo de dinero en una habitación.

 Cargamos todas las mochilas al auto y nuestro hostess nos llevo a nuestros respectivos futuros alojamientos. Cuando I se bajo del auto sentí un sabor amargo en las palabras. Un sabor que se vio aún más empeorado cuando fue mi turno de bajar del auto y dirigirme a mi hostel.



viernes, 23 de mayo de 2014

Capítulo IX

Escribo desde el medio del Pacífico. No, no me refiero a que sigo en Nueva Zelanda y estoy a miles y miles de kilómetros de casa, realmente estoy en el medio de la nada; para ser más específica: estoy escribiendo desde un bote. ¡Sí! Semanas atrás abandoné finalmente esa ciudad que ya tanto me había comenzado a disgustar, esa ciudad que está completa y repleta y llena de chinos que van y vienen por la calle principal hablando en mandarín. Le dije "Chau, chau" a Auckland.

 Días antes de irme me decidí por cumplir con un capricho que hace tiempo tenía en mente: hacerme un flequillo que según muchos me quedaría bastante...mal. Teniendo en cuenta que mi cara va a ser redonda durante el resto de mi vida y que mi caprichito seguiría vigente también por el resto de mi vida si no lo llevaba a cabo, lo hice. Más bien me lo hicieron, mi flatmate filipina se vio muy emocionada al sentirse útil. Basto con que sólo le preguntaste que opinaba ella para que sin siquiera responderme tomara una tijera y ttttra! Me cortara mi recto flequillito. 

Todos los filipinos comparten una actitud sumamente servicial que muchas veces se puede observar como amorosa y otras tantas como "para un poco, por Dios". Aquella misma noche en que estrenaba felizmente mi flequillo C, el chico chileno, me dijo que si le confirmaban su día libre para el día siguiente iría a Auckland a visitarme. Espere algunas horas a que me confirmase y, fiel a lo que yo imaginaba, estaba ya en camino de sorpresa, como a él le gusta.

 Fuimos a un bar con algunos argentinos que conocía y bailamos entre cervezas y whiskys hasta transpirar tanto como si hubiese corrido una maratón. Cuando nos quisimos dar cuenta nos habían dejado solos y ahí estabamos, conquistando las pistas con esa fogocidad que caracteriza nuestra cercanía. Ya de madrugada nos subimos al auto, le dije que quería ir a la playa y, sin dudarlo, emprendimos viaje. La noche estaba fría y el viento que provenía del mar no ayudaba en lo absoluto, claro. Sin embargo, no quería más que quedarme desnuda frente a él y exprimir ese deseo salvaje que me estaba dominando hace unos días.


Especialmente desde que terminé Cincuenta Sombras de Grey, claro...


Hicimos el amor (bueno, la gente le dice así, no?) en la playa y en el auto. Acomodo los asientos traseros para que durmiesemos ahí y nos despertamos cerca de las 9 am con la boca seca, un gusto a alcohol desagradable y ahogados por la falta del aire dentro del auto. También con algo de verguenza por la cantidad de gente que había llegado incluso más temprano a la playa a correr y a hacer otros diversos deportes. Yo por mi parte el único deporte que podría haber hecho era sacarme el maquillaje corrido de puta trasnochadora que me invadía la cara. 

Fuimos a desayunar, a buscar la bikini a mi casa y a volver rápidamente a la playa aprovechando las pocas horas que nos quedaban por delante para estar juntos. Llegamos a la playa y justo en el instante en que nos sentamos, se largo una lluvia que jamás había visto en Auckland. No podría decir que fue mala suerte cuando lo que hicimos fue aparcar en un estacionamiento público y hacernos enardecer como tan bien nos sale. 

Pero cuando nos quisimos dar cuenta...mi último día de trabajo en la heladería se aproximaba y el emprendería viaje a su ciudad. Nos despedimos, pero esta vez con cientos de besos y mutuos "te extraño" que sonaron bien, bien raros en nuestros labios. 

La tarde previa a que C llegara a la ciudad mi extremo aburrimiento me llevo a salir a caminar con un chico argentino que conocí hace un tiempo. No es el tipo de persona que me incita a tener algo de compañía pero, para ser sincera, muy de vez en cuando -o mejor dicho, después de una sobredosis-, mi soledad se aburre de estar sola. El chico llegó al país hace unos dos meses y está esperando una oferta magnífica de trabajo como ingeniero. Claro que la oferta todavía no llego y no hace más que salir de joda y emborracharse como si tuviera veinte años cuando en verdad tiene treinta y dos. Le aconseje que cambiara sus energías si realmente quería atraer una buena oferta y no acudir a la constante frustración como precisamente estaba haciendo.

 Después de charlar un poco de esto y un poco de aquello y provocando en mi mente algo así como un deja vu, me dijo que yo era perfecta. Más específicamente me dijo que era sumamente interesante porque me asemejaba a una cebolla, así, con sus decenas de capas que esconden un centro; un centro que, querido, para que lo recuerdes, siempre pero siempre te hace llorar...

Así fue como aquella tarde me apodo como Sra. Cebolla y yo lo apode -para mis adentros- "el pelotudo que aún se cree adolescente y se cree capaz de descifrarme con tan sólo unas horitas de charla". 

Abandoné Auckland no sin algunos problemas de equipaje. Ya había decidido abandonar las valijas y cambiarlas por una mochila, así, como para sentirme más backpacker y menos "nena-de-mamá-con-maleta-rosa". Jamás hubiera imaginado que era tan poca la ropa que me entraría en la mochila pero sí, mis mudas de ropa pasaron de veinte conjuntos diferentes a...quién sabe, quizás ocho, con algo de suerte. Definitivamente mi vida de backpacker estaba comenzando. 

Tomé un ferry hacia la isla donde me quedaría por unas semanas. Los cambios siempre me resultaron nostálgicos, lo cual reconozco que podría tratar con algún psicologo alguna vez en mi vida. Mirando por la ventanilla como dejaba Auckland a mis espaldas, sabía que algo completamente nuevo vendría. 

En la isla no iba a hacer más que trabajar ayudando en una casa a cambio de dormir ahí y de las comidas. Realmente no tenía muy en claro en qué consistiría mi trabajo pero imaginé que no sería nada muy complejo. Al bajar del ferry con la mochila enorme a mis espaldas y después de caminar unos mil metros en zig-zag (claramente porque mis piernas no sostenían tanto peso), paro un auto y me llevo hasta la casa de unos argentinos que ya sabían que iría ni bien llegara. 

El chico que manejaba el auto resulto ser de México y me halago mi nivel de inglés haciendo la observación de que "en general, tus compatriotas argentinos, hablan bastante pero bastante mal". Después de charlas, risas, cervezas y cosas buenas para fumar (I mean, no sintetic things), me paso a buscar el hombre con el que me quedaría mis primeras dos noches hasta que finalmente empiece mi "trabajo voluntariado". De camino a la casa me comento que también estaban quedándose ahí dos chicas de Alemania y una de Francia, lo cual no hizo más que confirmar mi idea de que era un poco así como bastante pajero. Créanme, es difícil encontrar hombres que estén registrados en Couchsurfing que no lo sean. Después de cenar me quede con July, la chica francesa y, mientras ella tocaba Manu Chao en el ukelele yo cantaba portando esta voz desafinada que Dios me regalo al nacer pero que poco me importa.


Cantar es una forma de liberar y a la vez producir nueva energía que me encanta. Sí, suena contradictorio pero es así; no se discute.


Mi hermana llego al día siguiente a la isla para pasar el día juntas y llegaron también con ella a la casa una chica de Argentina y otra de Colombia. Por si no lo había aclarado anteriormente, mi hermana trabaja para una aerolínea lo que hace que usualmente tenga vuelos a Auckland y podamos disfrutar de unas encantadoras 24 horas juntas. 

No sé si existirá una regla para los escritores acerca de contar la total y plena verdad, pero así lo haremos acá. Esa noche fumé tanto pero tanto con Mr. Pajero que a. casi me desmayo; b. sino hubiera sido porque estaban las chicas, seguramente me hubiera llevado drogada a su cuarto. De todos modos, recuerdo haberme dormido escuchando las voces de mi hermana y de las chicas riéndose acerca de cómo yo me reía sola en la cama diciéndoles que "en verdad yo le daría a Mr. Pajero..."

Mi hermana se volvió al día siguiente a Auckland y yo esperé algunas horas a que mi futuro jefe me pasara a buscar. Después de ir al supermercardo, finalmente llegamos a algo que definitivamente no se podría llamar "humilde morada". La casa es enorme y cada ambiente tienen su propia terraza. En la cocina hay más comida que en un restaurante y aquella misma tarde había comprado una Piña color aguamarina gigante para el centro de la mesa y dos sartenes. Todo eso gastando nada más y nada menos que cerca de quinientos dólares, así como uno va y compra un paquete de papas fritas, claro. Todavía recuerdo mi primera impresión de la casa y puedo imaginar como se veía plasmado el impacto y la sorpresa en mi rostro. Aquella noche charlamos algunas horas y me dio una gran noticia: estaría sola por lo menos hasta las seis de la tarde todos los días.

Después de meses de no hacerlo, estaría sola en una casa escuchando a todo volumen mi música y bailando en bikini mientras me turno para tomar sol-limpiar-tomar sol-limpiar. 
Al día siguiente no hice más que cosas básicas: barrer, pasar la aspiradora, etc. Cerca de la noche comenzó una fuerte tormenta que nos dejaría no sólo sin luz sino que también sin agua. G, mi jefe, después de cenar, me ofreció de hacerme masajes. G es masajista y recuerdo que cuando nos habíamos contactado vía mail me había preguntado si me interesaba aprender y le conteste que sí: "I always like to learn new things". Con el cuarto a oscuras, algunas velas prendidas y algo de música brotando desde mi celular (necesitaba cortar la incomodidad con algo..) empezó a hacerme unos masajes que durarían quién sabe, cerca de una hora y media. 

Cuando estaba en mi ciudad solía ir a la masajista, especialmente por el problema de circulación que sufro en mis piernas y también porque claro, me fascinan. Varias veces me pregunté a mi misma sino sería una evidente señal de que era lesbiana el hecho de que me..."prendiera" (bueno, me calentara...) que ella me haga masajes. No porque en realidad no piense que puedo llegar a llevar algo lésbico en mí, sino porque era realmente lo que creía, me contesté que no, que eran los masajes en sí los que me producían la respiración agitada y la sensación de "estoy entregadísima". Ahora, así como quizás no resulta muy copado que te calienten los masajes dados por una mujer, tampoco lo es que te calienten los dados por un hombre con el que vas a vivir por el resto de las próximas tres semanas y el cual tiene la edad de tu padre. 

Sin embargo, así fue y, ya con el cuerpo entero repleto de aceite y brillosa como una vedette, opte por mi faceta "canchera" y le pregunté que solía hacer la gente después de las sesiones de masajes. Desde ya que mi pregunta no intentaba descifrar si después iban de compra o se iban a cenar, ¿no? Definitivamente no podía ser la única persona a la cual le calentaran tanto sus masajes. Respondiéndome que a veces la situación deriva en sexo y preguntándome si así lo quería, mi faceta canchera le dijo que sí y terminamos haciéndolo (no el amor, obviamente que no) en la camilla de masajes. 

Una de mis infinitas contradicciones internas consiste en mi impulsivo "¿Por qué no?" y mi consecutivo arrepentimiento. Bueno, quizás no se si me arrepentí tan repentinamente, pero algo de lo que estaba segura era que no pretendía que el sexo se transformara en un derecho por el resto de los días que pasaría en esa casa. A la mañana siguiente irrumpió en mi habitación para despertarme y me ataco nuevamente. A pesar de que no, no me resistí, ya no fue tan de mi gusto pese a que su modo de hacerlo no me disgustaba. Paso lo que paso y desde aquella mañana pensé el modo en el cual le aclararía que no quería de ninguna forma ningún tipo o sub-tipo de relación con él. 

Una noche de sábado saco "de sorpresa" entradas para un concierto. Cada vez que suceden cosas que me disgustan pienso en por qué no hacer un listado de cosas que detesto y entregárselas a cada persona que conozco, particularmente a los hombres. Dos de ellas: las sorpresas y que me despierten.


 Para las sorpresas está el destino y para que me despierten las alarmas, así que gracias, pero no. 


Bajándonos del auto y caminando hacia el recital intento tomarme de la mano. Pensando que quizás me sangraría la palma de la mano si lo hiciera, le dije que no estaba acostumbrada a "este tipo de cosas" (que hacen las personas muy enamoradas o las que están pidiendo a gritos un poco de cariño). Intenté emborracharme en el recital con algunas cervezas y copas de vino como para despejar un poco la mente pero no funcionó. Había comido demasiado y tampoco era mucho el alcohol que entraba en mi cuerpo. Estaba completamente segura de que aquella noche, al volver a la casa, intentaría algo. Mi presencia en aquel recital se baso en pensamientos que me ayudaban a traducir al inglés el monólogo que estaba preparando para el momento en que me sea necesario expulsarlo. 

Y como nunca me fallan mis presentimientos, especialmente aquellos relacionados con los hombres -los cuales son tan predecibles-, llegamos a la casa y amago a abrazarme. Le pedí por favor si podíamos hablar y vomité todo. Le dije que mis "Why not?" son muy usuales en mí pero que concluyen rápidamente y no suelen extenderse; que si quería me podía ir cuando él quisiese. Para mis adentros, claro, pensaba a dónde mierda iría si me respondía afirmativamente. Me respondió que desde luego no hacía falta que me vaya, que yo realmente le gustaba y le hacía sentir bien. De una u otra forma terminé contándole acerca de mi infancia, mi relación pasada y presente con mi padre y cómo yo y mis hermanas nos fuimos de nuestro hogar familiar siendo bastante jóvenes. 

Aquella noche sentí que expulsé una piedra enorme que tenía atascada en mi pecho. Ojo, no por haber hablado de mi infancia, ¿no? Sino, básicamente, por tener la tranquilidad que no-me-iba-a-tocar-un-pelo-más.
Mmmm...Eso no suena del todo bien.



Volviendo a que estaba escribiendo desde el medio del Pacífico: salì a navegar con mi jefe. Dormimos juntos en la única cama que había en el bote y lo de dormimos se lo dejo a él: durmio. El insomnio que me dominaba se debía a que sentía como se tocaban los cuerpos en  el medio de la cama y còmo no lo podía evitar. La cama era un triángulo ubicado en la proa del barco. Cerca de las 5 am me levanté frustrada con el rechazo que me producía aquella situacion y me dirigi al silón helado en el cual me tape con dos camperas y "dormí" hasta las 9 am...

Aquel sábado amanecí con un humor de perros. El maldito jefe me despertó con un alegre "Good morning!" y yo, a pesar de que intenté con todas mis fuerzas no hacerlo -especialmente porque era "su bote"-, le reproche de diez modos distintos la pésima noche que me hizo pasar. "Its absolutely impossible to sleep in the same bed as you". Era un sábado ventoso, el viento frío y paralizante. Desayuné con un mate pésimamente-hecho -por mi jefe, de sorpresa (con-el-mate-no-te-metas)- y unos cereales casi sin sabor. Salí afuera y el viento comenzó a ubicar el bote de un modo bastante particular y bastante forro, por así decirlo: en diagonal. Lo único más forro que eso era mi jefe, quien me dejo al mando del bote mientras gritaba desesperada: "Please!! Come back!!! Im scared!!". Qué asco. Yo, rogándole a un kiwi ricachon que había comenzado a detestar. Me armé de fuerzas y le pregunté si podríamos volver a Auckland ese mismo día. Las náuseas, el rechazo y la claustrofobia no eran una buena combinación para mi. Para mi equilibrio mental, claro. Me dijo que lo podríamos "pensar" durante el almuerzo. Sin contestarlo me fui a la cama  y, a pesar de que mi cuerpo se pegaba a la pared del "cuarto" por la posición diagonal del barco, cerraba los ojos fuertes para sentir que no estaba ahí...

"Hey, Julia, I need some help, we arrived on the Marine". Eso fue lo que me dijo cuando llegó al cuarto. Mis ojos se alumbraron de felicidad: habíamos vuelto a Auckland. En ese instante recordé que al salir, él me había explicado en qué consistía la ayuda que le tenía que dar cuando volvamos. Sí, me lo había explicado, pero, para ser honesta, no entendí absolutamente nada e hice lo que los argentinos hacemos en Nueva Zelanda cuando no entendemos: asentir. En fin, mi intento por hacer "eso", lo cual consistía en tomar con un palo una soga para "estacionar" el barco, fue fallido. No sólo eso, sino que casi lo choco. Si, casi choco un barco.

Con los pies sobre la tierra fui feliz. Fui aún más feliz cuando llegamos a la casa y me pude encerrar sola en el cuarto, lejos de él. Por alguna razón, la gente se da cuenta cuando me genera rechazo. Creo que se debe a que no tengo punto medio en lo que siento y percibo y el rechazo se muestra elevado a la enésima potencia en mi. Al día siguiente mi jefe se acercó a mi cuarto y me dijo algo así como que no me sentía bien ahí y que me veía como que tenía ganas de "run away from there". Le expliqué -sintiendo que no tenía por qué hacerlo- que a veces me aburría estando sola en la isla y que me gustaría conocer más gente. Me dijo algo así como "And me?" y sino mal recuerdo, ahí fue cuando lo herí diciéndole de forma implícita que no quería pasar más tiempo con él, que era precisamente lo que quería evitar y que quería otro tipo de amigos: divertidos. Sí, estoy segura de que fue ahí cuando lo herí porque a raíz de eso me reprocho que la mayoría de las personas que alojaba trabajaban de 4 a 5 horas. Digamos que me retruco implícitamente de que yo no había hecho absolutamente nada durante mi llegada. A pesar de que sí, tenía toda la razón, no tenía derecho en reprochármelo.

En ese mismo momento le dije que me iría en dos días. Le empezó a temblar la voz y se dio cuenta de que nada me podía decir. Después de empacar todas mis cosas y llevarme una cremita de cocoa que me dejaba las piernas divinas que no pude evitar tomar, nos tomamos el ferry de las 7 am hacia Auckland. Tenía miedo; más bien, estaba aterrada. Tenía terror de que pasar unos días en Auckland me generara ese humor y esa agonía de vivir que me produjo anteriormente.