viernes, 23 de mayo de 2014

Capítulo IX

Escribo desde el medio del Pacífico. No, no me refiero a que sigo en Nueva Zelanda y estoy a miles y miles de kilómetros de casa, realmente estoy en el medio de la nada; para ser más específica: estoy escribiendo desde un bote. ¡Sí! Semanas atrás abandoné finalmente esa ciudad que ya tanto me había comenzado a disgustar, esa ciudad que está completa y repleta y llena de chinos que van y vienen por la calle principal hablando en mandarín. Le dije "Chau, chau" a Auckland.

 Días antes de irme me decidí por cumplir con un capricho que hace tiempo tenía en mente: hacerme un flequillo que según muchos me quedaría bastante...mal. Teniendo en cuenta que mi cara va a ser redonda durante el resto de mi vida y que mi caprichito seguiría vigente también por el resto de mi vida si no lo llevaba a cabo, lo hice. Más bien me lo hicieron, mi flatmate filipina se vio muy emocionada al sentirse útil. Basto con que sólo le preguntaste que opinaba ella para que sin siquiera responderme tomara una tijera y ttttra! Me cortara mi recto flequillito. 

Todos los filipinos comparten una actitud sumamente servicial que muchas veces se puede observar como amorosa y otras tantas como "para un poco, por Dios". Aquella misma noche en que estrenaba felizmente mi flequillo C, el chico chileno, me dijo que si le confirmaban su día libre para el día siguiente iría a Auckland a visitarme. Espere algunas horas a que me confirmase y, fiel a lo que yo imaginaba, estaba ya en camino de sorpresa, como a él le gusta.

 Fuimos a un bar con algunos argentinos que conocía y bailamos entre cervezas y whiskys hasta transpirar tanto como si hubiese corrido una maratón. Cuando nos quisimos dar cuenta nos habían dejado solos y ahí estabamos, conquistando las pistas con esa fogocidad que caracteriza nuestra cercanía. Ya de madrugada nos subimos al auto, le dije que quería ir a la playa y, sin dudarlo, emprendimos viaje. La noche estaba fría y el viento que provenía del mar no ayudaba en lo absoluto, claro. Sin embargo, no quería más que quedarme desnuda frente a él y exprimir ese deseo salvaje que me estaba dominando hace unos días.


Especialmente desde que terminé Cincuenta Sombras de Grey, claro...


Hicimos el amor (bueno, la gente le dice así, no?) en la playa y en el auto. Acomodo los asientos traseros para que durmiesemos ahí y nos despertamos cerca de las 9 am con la boca seca, un gusto a alcohol desagradable y ahogados por la falta del aire dentro del auto. También con algo de verguenza por la cantidad de gente que había llegado incluso más temprano a la playa a correr y a hacer otros diversos deportes. Yo por mi parte el único deporte que podría haber hecho era sacarme el maquillaje corrido de puta trasnochadora que me invadía la cara. 

Fuimos a desayunar, a buscar la bikini a mi casa y a volver rápidamente a la playa aprovechando las pocas horas que nos quedaban por delante para estar juntos. Llegamos a la playa y justo en el instante en que nos sentamos, se largo una lluvia que jamás había visto en Auckland. No podría decir que fue mala suerte cuando lo que hicimos fue aparcar en un estacionamiento público y hacernos enardecer como tan bien nos sale. 

Pero cuando nos quisimos dar cuenta...mi último día de trabajo en la heladería se aproximaba y el emprendería viaje a su ciudad. Nos despedimos, pero esta vez con cientos de besos y mutuos "te extraño" que sonaron bien, bien raros en nuestros labios. 

La tarde previa a que C llegara a la ciudad mi extremo aburrimiento me llevo a salir a caminar con un chico argentino que conocí hace un tiempo. No es el tipo de persona que me incita a tener algo de compañía pero, para ser sincera, muy de vez en cuando -o mejor dicho, después de una sobredosis-, mi soledad se aburre de estar sola. El chico llegó al país hace unos dos meses y está esperando una oferta magnífica de trabajo como ingeniero. Claro que la oferta todavía no llego y no hace más que salir de joda y emborracharse como si tuviera veinte años cuando en verdad tiene treinta y dos. Le aconseje que cambiara sus energías si realmente quería atraer una buena oferta y no acudir a la constante frustración como precisamente estaba haciendo.

 Después de charlar un poco de esto y un poco de aquello y provocando en mi mente algo así como un deja vu, me dijo que yo era perfecta. Más específicamente me dijo que era sumamente interesante porque me asemejaba a una cebolla, así, con sus decenas de capas que esconden un centro; un centro que, querido, para que lo recuerdes, siempre pero siempre te hace llorar...

Así fue como aquella tarde me apodo como Sra. Cebolla y yo lo apode -para mis adentros- "el pelotudo que aún se cree adolescente y se cree capaz de descifrarme con tan sólo unas horitas de charla". 

Abandoné Auckland no sin algunos problemas de equipaje. Ya había decidido abandonar las valijas y cambiarlas por una mochila, así, como para sentirme más backpacker y menos "nena-de-mamá-con-maleta-rosa". Jamás hubiera imaginado que era tan poca la ropa que me entraría en la mochila pero sí, mis mudas de ropa pasaron de veinte conjuntos diferentes a...quién sabe, quizás ocho, con algo de suerte. Definitivamente mi vida de backpacker estaba comenzando. 

Tomé un ferry hacia la isla donde me quedaría por unas semanas. Los cambios siempre me resultaron nostálgicos, lo cual reconozco que podría tratar con algún psicologo alguna vez en mi vida. Mirando por la ventanilla como dejaba Auckland a mis espaldas, sabía que algo completamente nuevo vendría. 

En la isla no iba a hacer más que trabajar ayudando en una casa a cambio de dormir ahí y de las comidas. Realmente no tenía muy en claro en qué consistiría mi trabajo pero imaginé que no sería nada muy complejo. Al bajar del ferry con la mochila enorme a mis espaldas y después de caminar unos mil metros en zig-zag (claramente porque mis piernas no sostenían tanto peso), paro un auto y me llevo hasta la casa de unos argentinos que ya sabían que iría ni bien llegara. 

El chico que manejaba el auto resulto ser de México y me halago mi nivel de inglés haciendo la observación de que "en general, tus compatriotas argentinos, hablan bastante pero bastante mal". Después de charlas, risas, cervezas y cosas buenas para fumar (I mean, no sintetic things), me paso a buscar el hombre con el que me quedaría mis primeras dos noches hasta que finalmente empiece mi "trabajo voluntariado". De camino a la casa me comento que también estaban quedándose ahí dos chicas de Alemania y una de Francia, lo cual no hizo más que confirmar mi idea de que era un poco así como bastante pajero. Créanme, es difícil encontrar hombres que estén registrados en Couchsurfing que no lo sean. Después de cenar me quede con July, la chica francesa y, mientras ella tocaba Manu Chao en el ukelele yo cantaba portando esta voz desafinada que Dios me regalo al nacer pero que poco me importa.


Cantar es una forma de liberar y a la vez producir nueva energía que me encanta. Sí, suena contradictorio pero es así; no se discute.


Mi hermana llego al día siguiente a la isla para pasar el día juntas y llegaron también con ella a la casa una chica de Argentina y otra de Colombia. Por si no lo había aclarado anteriormente, mi hermana trabaja para una aerolínea lo que hace que usualmente tenga vuelos a Auckland y podamos disfrutar de unas encantadoras 24 horas juntas. 

No sé si existirá una regla para los escritores acerca de contar la total y plena verdad, pero así lo haremos acá. Esa noche fumé tanto pero tanto con Mr. Pajero que a. casi me desmayo; b. sino hubiera sido porque estaban las chicas, seguramente me hubiera llevado drogada a su cuarto. De todos modos, recuerdo haberme dormido escuchando las voces de mi hermana y de las chicas riéndose acerca de cómo yo me reía sola en la cama diciéndoles que "en verdad yo le daría a Mr. Pajero..."

Mi hermana se volvió al día siguiente a Auckland y yo esperé algunas horas a que mi futuro jefe me pasara a buscar. Después de ir al supermercardo, finalmente llegamos a algo que definitivamente no se podría llamar "humilde morada". La casa es enorme y cada ambiente tienen su propia terraza. En la cocina hay más comida que en un restaurante y aquella misma tarde había comprado una Piña color aguamarina gigante para el centro de la mesa y dos sartenes. Todo eso gastando nada más y nada menos que cerca de quinientos dólares, así como uno va y compra un paquete de papas fritas, claro. Todavía recuerdo mi primera impresión de la casa y puedo imaginar como se veía plasmado el impacto y la sorpresa en mi rostro. Aquella noche charlamos algunas horas y me dio una gran noticia: estaría sola por lo menos hasta las seis de la tarde todos los días.

Después de meses de no hacerlo, estaría sola en una casa escuchando a todo volumen mi música y bailando en bikini mientras me turno para tomar sol-limpiar-tomar sol-limpiar. 
Al día siguiente no hice más que cosas básicas: barrer, pasar la aspiradora, etc. Cerca de la noche comenzó una fuerte tormenta que nos dejaría no sólo sin luz sino que también sin agua. G, mi jefe, después de cenar, me ofreció de hacerme masajes. G es masajista y recuerdo que cuando nos habíamos contactado vía mail me había preguntado si me interesaba aprender y le conteste que sí: "I always like to learn new things". Con el cuarto a oscuras, algunas velas prendidas y algo de música brotando desde mi celular (necesitaba cortar la incomodidad con algo..) empezó a hacerme unos masajes que durarían quién sabe, cerca de una hora y media. 

Cuando estaba en mi ciudad solía ir a la masajista, especialmente por el problema de circulación que sufro en mis piernas y también porque claro, me fascinan. Varias veces me pregunté a mi misma sino sería una evidente señal de que era lesbiana el hecho de que me..."prendiera" (bueno, me calentara...) que ella me haga masajes. No porque en realidad no piense que puedo llegar a llevar algo lésbico en mí, sino porque era realmente lo que creía, me contesté que no, que eran los masajes en sí los que me producían la respiración agitada y la sensación de "estoy entregadísima". Ahora, así como quizás no resulta muy copado que te calienten los masajes dados por una mujer, tampoco lo es que te calienten los dados por un hombre con el que vas a vivir por el resto de las próximas tres semanas y el cual tiene la edad de tu padre. 

Sin embargo, así fue y, ya con el cuerpo entero repleto de aceite y brillosa como una vedette, opte por mi faceta "canchera" y le pregunté que solía hacer la gente después de las sesiones de masajes. Desde ya que mi pregunta no intentaba descifrar si después iban de compra o se iban a cenar, ¿no? Definitivamente no podía ser la única persona a la cual le calentaran tanto sus masajes. Respondiéndome que a veces la situación deriva en sexo y preguntándome si así lo quería, mi faceta canchera le dijo que sí y terminamos haciéndolo (no el amor, obviamente que no) en la camilla de masajes. 

Una de mis infinitas contradicciones internas consiste en mi impulsivo "¿Por qué no?" y mi consecutivo arrepentimiento. Bueno, quizás no se si me arrepentí tan repentinamente, pero algo de lo que estaba segura era que no pretendía que el sexo se transformara en un derecho por el resto de los días que pasaría en esa casa. A la mañana siguiente irrumpió en mi habitación para despertarme y me ataco nuevamente. A pesar de que no, no me resistí, ya no fue tan de mi gusto pese a que su modo de hacerlo no me disgustaba. Paso lo que paso y desde aquella mañana pensé el modo en el cual le aclararía que no quería de ninguna forma ningún tipo o sub-tipo de relación con él. 

Una noche de sábado saco "de sorpresa" entradas para un concierto. Cada vez que suceden cosas que me disgustan pienso en por qué no hacer un listado de cosas que detesto y entregárselas a cada persona que conozco, particularmente a los hombres. Dos de ellas: las sorpresas y que me despierten.


 Para las sorpresas está el destino y para que me despierten las alarmas, así que gracias, pero no. 


Bajándonos del auto y caminando hacia el recital intento tomarme de la mano. Pensando que quizás me sangraría la palma de la mano si lo hiciera, le dije que no estaba acostumbrada a "este tipo de cosas" (que hacen las personas muy enamoradas o las que están pidiendo a gritos un poco de cariño). Intenté emborracharme en el recital con algunas cervezas y copas de vino como para despejar un poco la mente pero no funcionó. Había comido demasiado y tampoco era mucho el alcohol que entraba en mi cuerpo. Estaba completamente segura de que aquella noche, al volver a la casa, intentaría algo. Mi presencia en aquel recital se baso en pensamientos que me ayudaban a traducir al inglés el monólogo que estaba preparando para el momento en que me sea necesario expulsarlo. 

Y como nunca me fallan mis presentimientos, especialmente aquellos relacionados con los hombres -los cuales son tan predecibles-, llegamos a la casa y amago a abrazarme. Le pedí por favor si podíamos hablar y vomité todo. Le dije que mis "Why not?" son muy usuales en mí pero que concluyen rápidamente y no suelen extenderse; que si quería me podía ir cuando él quisiese. Para mis adentros, claro, pensaba a dónde mierda iría si me respondía afirmativamente. Me respondió que desde luego no hacía falta que me vaya, que yo realmente le gustaba y le hacía sentir bien. De una u otra forma terminé contándole acerca de mi infancia, mi relación pasada y presente con mi padre y cómo yo y mis hermanas nos fuimos de nuestro hogar familiar siendo bastante jóvenes. 

Aquella noche sentí que expulsé una piedra enorme que tenía atascada en mi pecho. Ojo, no por haber hablado de mi infancia, ¿no? Sino, básicamente, por tener la tranquilidad que no-me-iba-a-tocar-un-pelo-más.
Mmmm...Eso no suena del todo bien.



Volviendo a que estaba escribiendo desde el medio del Pacífico: salì a navegar con mi jefe. Dormimos juntos en la única cama que había en el bote y lo de dormimos se lo dejo a él: durmio. El insomnio que me dominaba se debía a que sentía como se tocaban los cuerpos en  el medio de la cama y còmo no lo podía evitar. La cama era un triángulo ubicado en la proa del barco. Cerca de las 5 am me levanté frustrada con el rechazo que me producía aquella situacion y me dirigi al silón helado en el cual me tape con dos camperas y "dormí" hasta las 9 am...

Aquel sábado amanecí con un humor de perros. El maldito jefe me despertó con un alegre "Good morning!" y yo, a pesar de que intenté con todas mis fuerzas no hacerlo -especialmente porque era "su bote"-, le reproche de diez modos distintos la pésima noche que me hizo pasar. "Its absolutely impossible to sleep in the same bed as you". Era un sábado ventoso, el viento frío y paralizante. Desayuné con un mate pésimamente-hecho -por mi jefe, de sorpresa (con-el-mate-no-te-metas)- y unos cereales casi sin sabor. Salí afuera y el viento comenzó a ubicar el bote de un modo bastante particular y bastante forro, por así decirlo: en diagonal. Lo único más forro que eso era mi jefe, quien me dejo al mando del bote mientras gritaba desesperada: "Please!! Come back!!! Im scared!!". Qué asco. Yo, rogándole a un kiwi ricachon que había comenzado a detestar. Me armé de fuerzas y le pregunté si podríamos volver a Auckland ese mismo día. Las náuseas, el rechazo y la claustrofobia no eran una buena combinación para mi. Para mi equilibrio mental, claro. Me dijo que lo podríamos "pensar" durante el almuerzo. Sin contestarlo me fui a la cama  y, a pesar de que mi cuerpo se pegaba a la pared del "cuarto" por la posición diagonal del barco, cerraba los ojos fuertes para sentir que no estaba ahí...

"Hey, Julia, I need some help, we arrived on the Marine". Eso fue lo que me dijo cuando llegó al cuarto. Mis ojos se alumbraron de felicidad: habíamos vuelto a Auckland. En ese instante recordé que al salir, él me había explicado en qué consistía la ayuda que le tenía que dar cuando volvamos. Sí, me lo había explicado, pero, para ser honesta, no entendí absolutamente nada e hice lo que los argentinos hacemos en Nueva Zelanda cuando no entendemos: asentir. En fin, mi intento por hacer "eso", lo cual consistía en tomar con un palo una soga para "estacionar" el barco, fue fallido. No sólo eso, sino que casi lo choco. Si, casi choco un barco.

Con los pies sobre la tierra fui feliz. Fui aún más feliz cuando llegamos a la casa y me pude encerrar sola en el cuarto, lejos de él. Por alguna razón, la gente se da cuenta cuando me genera rechazo. Creo que se debe a que no tengo punto medio en lo que siento y percibo y el rechazo se muestra elevado a la enésima potencia en mi. Al día siguiente mi jefe se acercó a mi cuarto y me dijo algo así como que no me sentía bien ahí y que me veía como que tenía ganas de "run away from there". Le expliqué -sintiendo que no tenía por qué hacerlo- que a veces me aburría estando sola en la isla y que me gustaría conocer más gente. Me dijo algo así como "And me?" y sino mal recuerdo, ahí fue cuando lo herí diciéndole de forma implícita que no quería pasar más tiempo con él, que era precisamente lo que quería evitar y que quería otro tipo de amigos: divertidos. Sí, estoy segura de que fue ahí cuando lo herí porque a raíz de eso me reprocho que la mayoría de las personas que alojaba trabajaban de 4 a 5 horas. Digamos que me retruco implícitamente de que yo no había hecho absolutamente nada durante mi llegada. A pesar de que sí, tenía toda la razón, no tenía derecho en reprochármelo.

En ese mismo momento le dije que me iría en dos días. Le empezó a temblar la voz y se dio cuenta de que nada me podía decir. Después de empacar todas mis cosas y llevarme una cremita de cocoa que me dejaba las piernas divinas que no pude evitar tomar, nos tomamos el ferry de las 7 am hacia Auckland. Tenía miedo; más bien, estaba aterrada. Tenía terror de que pasar unos días en Auckland me generara ese humor y esa agonía de vivir que me produjo anteriormente. 



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