martes, 20 de mayo de 2014

Capitulo VIII

El dolor era inmenso. Lo podía sentir en todas las partes de mi cuerpo: los párpados, los hombros, las piernas…pero, por sobre todo, brotando sin ánimos de cesar desde lo más profundo de mi alma. El dolor es como alguno de esos virus que luego desencadenan en temibles enfermedades: está ahí, adentro, esperando al acecho; esperando el momento para finalmente despertar y hacer trizas a quien lo aloja. El dolor se me hincaba en el pecho como puñales, como los azotes que Gray le daría a Anastasia a modo de castigo. 

Comencé un lunes de Abril llorando a borbotones, a cantaros; llorando intentando de un modo pobre expulsar aquel sufrimiento que comenzaba a expandirse por todo mí ser. Ahora que lo pienso, resulta patética la idea de creer que el llanto es una forma de echar la tristeza de uno mismo cuando lo único que hace es propagarla por cada una de nuestras células. 

Hay pocas cosas en el mundo que logran desarmarme; la muerte es una de ellas. No hay nada que hacer con ella; no existe fortaleza alguna para luchar contra la muerte. Arranca de tu vida aquello que más precias sin siquiera permitirte un adiós. Y que no pido un permiso, sólo pido que nos deje decir adiós…

La muerte de aquel pequeño ser vivo con el que conviví a solas por tanto tiempo no significaba nada menos que una razón menos para volver. La ausencia de mi tortuga simbolizaba un departamento ahora completamente vacío; un espacio que, para mi regreso, ya habría experimentado la muerte de uno de sus habitantes…

Buscando un consuelo a mi dolor me decidí por caminar hacia la biblioteca en donde, según la página web, estaba La Sombra del viento. El trayecto se me hizo infinito y ahora me pregunto de dónde saque la energía para salir de casa y caminar hasta allá. El dolor me había carcomido por dentro en horas…Sin dudas, algún Dios ajeno a mí y en el que seguramente no creo me había inyectado fuerzas en las piernas para desplazarme hasta allá. 

La mejor función de unos lentes de sol que te costaron 5 USD y que poco tienen de filtro solar es esconder la mirada triste que se oculta detrás de ellos; esconder las lágrimas que brotan de los lagrimales ante cada uno de esos pensamientos masoquistas que la mente genera en contra de uno mismo. Cuando el dolor está despierto, despierto en el alma y en el cuerpo, la mente se siente responsable de sentir el dolor en su peor faceta; en su más punzante faceta.

Llegué a la librería y me decidí esta vez por buscar yo misma la sección en español. Quería que fuesen mis ojos los que encontraran aquel título entre tantos. Y así fue: ahí estaba. Lo tomé fuerte entre mis brazos y me dispuse por aniquilar mis pensamientos masoquistas retirando algún otro libro a fin de tener mi mente ocupada. 

Después de todo, los libros eran y serán siempre la mejor escapatoria a la realidad que a veces nos agobia, ya sea por aburrida, aguda o intensa.


La realidad de La sombra del viento me había atormentado los primeros días de lectura. Minutos después de cerrar el libro y cada vez que lo hacía dirigía los ojos hacia donde me encontraba e intentaba lentamente sumergirme nuevamente en aquel mundo en donde yo me encontraba. En aquel mundo en que La sombra del viento no era más que un libro pesado que cargaba bajo el brazo o escondía en el bolso. Me divertí encontrando coincidencias entre los personajes de aquel libro y personas reales hasta que un hecho se presentó ante mí y me dejó estupefacta mientras caminaba en silencio hacia el trabajo. Había tomado el camino del parque porque siempre resultaría más ameno ver un poco de verde y menos de gente antes de adentrarse en un ice cream shop donde la gente es lo que sobra. Casi llegando al final del parque, antes de llegar a un estacionamiento, veo a lo lejos un humo denso y gris brotar de algo muy pequeño ubicado en el suelo. Poca es la intriga que me llega a generar siendo en 5, 4, 3, 2 pasos…estoy al lado del pequeño objeto. No era más que un libro prendiéndose fuego desde uno de sus vértices. 

Que no quisiera agobiarlos con la historia tíos! Pero la cuestión es que en la historia La sombra del viento es buscado desde el principio hasta el fin para ser prendido fuego. Lo ví, nada más y nada menos, como una amenaza, una advertencia o, mejor dicho, una noticia. Sentía que eso era lo que le había pasado a aquel libro que perdí en aquel parque al que no volvería a ir. 

***


Terminé el libro. Qué puedo decir…me enamoré nuevamente de la magia que hace tiempo había abandonado. A veces me pregunto si la meta final de cerrar el capítulo con el ex no era este: volver a ver los libros como seres mágicos. El ex me había maldecido inconscientemente y sin intenciones en mi juventud para que cada hoja que leyera me recordara a él. Hubo años de mi vida en que no leí. Ahora que lo recuerdo, el último año de secundaria teníamos que leer un libro y exponer un oral y jamás fui capaz. Me acerqué tímida hacia mi profesor de Literatura que en aquellos tiempos me amaba por mi alma de joven poeta y le expliqué. Le expliqué, seguramente de algún modo torpe, que la concentración no me permitía girar dos hojas de una novela y recordar lo que había leído. No eran las novelas las que no tenían hilo: era yo. Me entendió completamente y me aprobó de todas formas. Parecía que aquel hombre sólo quería sembrar en jóvenes ingenuos el amor por la magia de los libros y sabía mi verdad. Sabía que yo había conocido ese amor de muy joven y que no estaba más que en un “démonos un tiempo” con los libros.

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