martes, 20 de mayo de 2014

Capitulo I



No voy a malgastar energía o neuronas en escribir una auto-descripción que se contenga en menos de 100 caracteres, ni 200, ni nada. No quiero, las detesto. Cuando tuve que presentarme en mi perfil de Twitter sufrí enormemente. Pienso en modificarla cada vez que entro a la página y sin embargo, no hay caso: no sé describirme.



Para que tengan una idea: tengo 21 años y vivo con una tortuga hace más de 3, es decir, un 15% de mi vida. La regla de tres es lo único que me resulta útil de las matemáticas. “Útil” si así se le  podría llamar a un cálculo que sólo me hace pensar que es mucho tiempo para pasar sola, con una tortuga.


Mis amigas no entienden en lo absoluto por qué tengo una tortuga de mascota, lo cual es raro cuando los por qué están ahí, a la vista, evidentes y titilantes. Hoy me tiré en el piso al lado de ella para verla de cerca. Entiendan que a los gatos a los perros uno los alza y los ve de cerca, a una tortuga no: apenas la ven al entrar.


 En fin, volviendo a los por qué la quiero tanto. No demanda nada de mí durante más de 8 meses pero así y todo, durante ese tiempo, sigue siendo una compañía. Mantiene constante silencio y si a mí, en un acto de delirio, se me ocurre hablarle, me escucha. Sin embargo, por sobre todas las cosas que me gustan de ella, está su caparazón.

Ahí es donde me siento más identificada que nunca.



Días como éste pienso que debería tener una tabla en la heladera o en la pared que me haga saber en qué extraño periodo de mi ovulación  estoy. Para ser sincera no estoy muy segura acerca de en qué me ayudaría pero dicen por ahí que identificar el problema es siempre el primer paso para encontrarle una solución.



¿Qué tienen tan de particular “días como este”? Que no me soporto. No me tolero sola, ni acostada, ni sucia, ni bañada, ni con hambre, ni llena, ni con gente, ni  con frío. En resumen, no quiero estar conmigo de ninguna manera. Me surge un profundo deseo de estar sin mí, haciendo cosas que por defecto necesitan de mí, lo cual da como resultado una ecuación sin solución alguna.



¿Vieron esas situaciones en las que surge una reunión entre amigos y cierta persona X no soporta a cierta persona Y y tal hecho te genera un poco de lástima y hasta intentas a través de tus mal-aprendidas herramientas de apelación convencerlo de que no es tan malo, de que no va a haber tensión…? Bueno, me genero a mí misma algo así. Intento preguntarme por qué extraña razón no me estoy soportando pero tampoco encuentro los por qué.

 Estos días, más que nunca, me convierto en la gurú, en la maestra, en la catedrática principal del: “¿Qué queremos? ¡No sabemos! ¿Cuándo lo queremos? ¡Ya!”



Bueno, actually, haciendo un análisis de mi semana me doy cuenta que puede ser eso: estoy pagando las consecuencias de una pésima semana. Empecé el Domingo (detesto pensar que las semanas empiezan los Domingos y no los Lunes) pensando en un ex de hace 4 años atrás al cual le escribí una pseudo-novela que, cuando me animé a mejorarla y quizás, publicarla, quien me iba a ayudar, murió.

 Y con él murieron mis ganas de mejorarla y de quizás, publicarla.



Entonces así, querida, ya empezamos mal. Pensar un Domingo es uno de los peores pecados capitales de este hogar. Pensé, pensé, pensé y escribí, escribí, escribí. Suelo escribir especies de cartas sin destinatarios para vomitar de algún modo todas esas ideas que vuelan libremente en mi mente y me perturban. Escribí lo suficiente como para encontrar la paz que me ayudaría a dormir pero así y todo no fue suficiente. Las ideas y los pensamientos se triplicaron, así que recurrí a mi segunda estrategia casera terapéutica: la cocina. Horneé un budín de zanahoria y naranja a la 1 am.

 ¿Si logré algo? Sí, quizás ahogué algunas ideas en el azúcar integral porque me comí una rodaja antes de ir a la cama.



Para todo esto ya era Lunes, y ese Lunes empezó con un insoportable insomnio  causado por la maldita ubicación de mi departamento: rodeado de bares y, por ende, de borrachos, de afiliados al sindicato de estúpidos con autos tuneados que hacen mucho ruido al acelerar y de chicas que habría que pegarles para que dejen de gritar. A las 5 am mi ángel de la guardia por lo visto se acordó de mí porque milagrosamente la ciudad entró en silencio y yo logré dormir.



El Lunes me desperté y no me quería levantar. A veces pienso que las vueltas que doy en la cama antes de levantarme tienen algo que ver con las ganas que tengo de hacerlo y con el humor que voy a tener ese día.



Detalle: aquel lunes di muchas, muchas vueltas. 


Para todo esto ya tenía planes para ese lunes pero eso tampoco logró modificar mucho mi problema humorístico. Me tocaba jugar el papel de amante que bastante estaba disfrutando con N. N me lleva 12 años, un matrimonio y un escalón más en la escala jerárquica de mi ex – trabajo; fue producto de un capricho y fue producto cuando éticamente sólo debía ser algo platónico. 


No quiero parecer egolatra, pero a veces resulta aburrido conseguir todos los trofeos que uno quiere. Sin embargo, hay algo que tengo que admitir: el tiempo me enseñó estrategias verbales dignas de un Don Juan experto, a las cuales para ser sincera ni yo misma me resistiría. N me remarcó una vez que leyó mis “poemas” que tenía un don para la escritura. Lo que él no sabía es que él estaba siendo víctima de otro de mis dones: la capacidad de hacer caer a quien quiero en la trampa, en mis manos o…a mis pies.


Toda mi vida tuve una gran tendencia a las adicciones. Digamos que en  mi vida nunca hubo mucho grises, mis sensaciones y mis gustos siempre fueron muy extremos. El pensar y el escribir son mis más viejas adicciones y, aunque personas como N lo puedan definir como un “don” por alimentarse más de la TV que de libros, mi escritura es desordenada y eso hace que nunca logró convencerme; nunca logré admirar mi escritura. La poca o nula coherencia, las ideas que se sobrepasan unas a otras y los párrafos sin-relación-alguna de ella no hacen más que reflejarme mejor que cualquier espejo.


Y entonces siguiendo la lógica de las premisas resultaría que Yo no logro convencerme, pero mejor no desarrollar nada al respecto.


N me escribió temprano ese lunes. Me anticipé y le dije que era un lunes con un humor bastante cruzado, bastante particular y bastante “no me hables porque me la voy a agarrar con vos sin razón”. Bueno, en realidad no fui tan descriptiva con mi humor y me limité a contarle de mi insomnio y del griterío de afuera. Me dijo que descansara, que podíamos hablar después pero contrario a eso preferí hacer catarsis con una amiga, cocinar un rico almuerzo y hacer una caminata por la costa.



Creo que el hecho de saber-que-tenía-planes me irritó enormemente esa mañana de lunes. No me gusta la planificación en ese aspecto, no me gusta porque los planes tienden del minúsculo hilo de mi ciclotimia y por eso prefiero la espontaneidad. A pesar de que me desperté diciéndome a mi misma que no lo iba a ver y que lo iba a rechazar (lo cual siempre queda bien como amante), momentos post-caminata ya estaba un poco más normalizada y tenía ganas de que me abracen, me den algunos besos y me provean de un pecho donde apoyarme.



El problema era, claro, que él no venía a mi casa precisamente para eso…



Tampoco me voy a extender mucho en el asunto o la indefinida teoría  de los amantes. Nunca fue fácil para mí separar esas cosas. Ese día realmente quería hacer catarsis con un hombre que me escuche y me llene la boca de besos mientras descargaba ese no-sé-qué negativo que llevaba dentro y por eso, precisamente, no quería ver a N. Sabía que a él no le competía esa horrible tarea, lo que no sabía era si yo me iba a poder resistir a intentar encontrar ese papel en él (al menos por esa tarde…)



Ayer le conté esto a mis amigas durante un happy hour y llegué a la conclusión de que en un tiempo futuro -llámese los 30- voy a necesitar un novio y un amante. Pero visto y considerando que ahora no tengo el novio y ser yo la amante de alguien sólo bloquea mi energía para conocer a alguien, podía conformarme o bien, terminarlo todo. Digamos…desenvolver a la pobre víctima de mis redes y dejarlo libre para seguir no-disfrutando de su rutinario matrimonio.



Volví a las 4 pm a mi casa, le escribí, me dijo que estaba libre, me bañé y llegó. Para mi suerte, N, a pesar de su rol, tiene cierto accionar tierno que era un poco lo que buscaba ese día. Me dio más besos de la cuenta y se lució enormemente con su performance en mi cama así que resulto ser una muy buena tarde para mi sorpresa.



Me gusta pasearme desnuda por mi departamento al frente de N porque constantemente me recuerda lo mucho que le gusta mi cuerpo. Y créanme, a toda mujer, sin importar la seguridad que tenga en sí misma, le sube la autoestima.



Aquel Lunes se fue cerca de las 8 pm y yo quedé sonriente y momentáneamente feliz. Porque, como toda curita, no tarda mucho en despegarse y dejar entrever lo que hay debajo: una herida causada por quién-sabe-que que se cicatriza con otro quién-sabe-que.



El Martes no di muchas vueltas para levantarme pero, así y todo, los planetas parecían seguir alineados de un modo que no era en lo absoluto beneficioso para mí. Quería que el departamento reluciera de limpieza y brillo pero no quería limpiar; quería descargar energías pero no quería salir de acá; quería ver a mis amigas pero no quería recurrir al usual grito de ayuda de cuando estoy en crisis sin saber bien por qué.



Me resulta extraño pensar en lo que me produjo mi relación con N estos últimos días teniendo en cuenta que pase la totalidad del invierno sola y cuando digo sola es sola: sin amantes, sin novios, sin filitos o como le quieran llamar. Volviendo al tema de las adicciones, este año me transformé en una adicta a la soledad, a la paz interior y no-me-perturbes-el-espacio-porque-entro-en-crisis. No me hicieron falta besos ni abrazos y eso que el frío del invierno no es ningún tema menor en esta querida ciudad. Sin embargo, buscando algo contrario a lo que sabía que iba a suceder, el jueves le escribí a N:


"Sé que no es lo mejor decírtelo considerando tu súper-ego pero...me voy a dormir con muchas ganas de que me llenes de besos."


Sí, no caben dudas de que esa noche ya poco me importaba todo porque realmente es estúpido intentar probar que algo es blanco cuando sabes y sos consciente que es negro.


¿Resultado?


Me contestó con un chiste; un chiste que no entendí.  No es que no lo entendí  por la complejidad inherente absoluta del chiste en sí, ¿no? Sino que no sólo no podía ser llamado “chiste” por el nulo contenido humorístico encerrado en su interior, sino también porque para entenderlo necesitaba saber la causa por la cual me escribió eso y no otra cosa (otra cosa acorde al contenido de mi mensaje, quizás).


De todos modos, para saber la causa y así entender su chiste necesitaba también formalizarle un planteo de causas, motivaciones, sentimientos y consecuencias que no le podía hacer. No le podía hacer porque en mis derechos como amante eso está totalmente prohibido. Así que me resigné a aceptar que había actuado como la estúpida que estoy intentando dejar atrás y a rechazarlo al día siguiente cuando me ofreció de pasar a darme unos besos.


Lo rechacé porque estaba en pijama, despeinada y descuidada, mirando una película en la cama y con mi mamá al lado tejiendo. A veces creo que si me abriera más la compañía de ella me recobraría mucho más el humor de lo que actualmente lo hace. Ese día me levanté con una gripe que no preguntó antes de entrar, caminé 40 cuadras bajo una lluvia torrencial de primavera buscando volver a divertirme sola pisando charcos y me enteré que mi ex, sí, ese de la novela fallida, había terminado con su novia.



Así fue como terminé en pijama, despeinada y descuidada y con mi mamá al lado porque escuchó por celular que mi voz no era de la mejor. Así fue como ese viernes me sentí más Bridget Jones y más protagonista de Yendo de la cama al living que nunca.


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